La Canción de Dilmala (poema)

 La muchacha, que era alegre,
 no come ni duerme.
 Ya no baila entre las flores,
 ni ríe las travesuras de los niños.
 Día y noche suspira al borde del camino.
  
 ¿Qué tienes, niña mía?
 Quiere saber su madre.
 La primavera no te alegra,
 ni el trino de los pájaros te complace.
  
 Le ofrece las bayas más dulces,
 mas la niña no las toma.
 Mirando sigue el camino,
 y sólo suspira y llora.
  
 Oh, madre. La pena me aflige,
 y la añoranza me consume.
 De amanecida fui al río a buscar agua.
 Los odres llené para la familia.
 Y ya de regreso estaba,
 cuando vi que, en la otra orilla,
 alguien también sus odres llenaba.
 Era el más bello muchacho
 el que la Madre me mostraba.
  
 ¿Quién eres? Le pregunté.
 Antes tu rostro nunca vi.
 Mi nombre es Amanecer.
 Y para ser tu compañero
 vine aquí.
  
 Prometió que, al final del día,
 allí mismo nos encontraríamos.
 Mas, cuando a la tarde regresé,
 por más que busqué en el río,
 no había odres ni muchacho,
 tan sólo los cazadores
 que volvían por el camino.
  
 Día tras día, volví a esperarle.
 Mas él nunca regresó.
 Allí voy cada madrugada,
 antes de que salga el sol.
 Mas sólo un tierno cervatillo
 bebiendo en el río la Madre me mostró.
  
 Escucha mi dulce niña
 lo que tu madre te explica.
 Antes que tú, hubo otras.
 Y más habrá llegado el tiempo.
  
 Lo que viste fue un engaño.
 No venía de la Madre,
 sino de un espíritu travieso,
 que se burla de las niñas
 que esperan hallar un compañero perfecto.
 Olvídalo, por tu bien.
 Y tendrás dicha y contento.
  
 Desobedecerte no quiero buena madre,
 mas olvidarle no puedo.
 Aunque la vida pase buscándolo,
 si no es él,
 mi corazón no aceptará otro compañero.
  
  
   

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La Canción de Dilmala 

 

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1

Khumi

Se tomó un momento para contemplar la espléndida ciudad iluminada por el sol de la mañana. Ayusha ofrecía un espectáculo magnífico desde la cubierta del pequeño barco. También aprovechó para disfrutar sus últimos momentos de verdadera libertad quién sabe hasta cuándo. No se le escapaba la ironía de la situación. Él, que no hacía tanto tiempo viajaba a bordo de lujosos navíos más adecuados a su elevado rango, llegaba ahora hasta el bullicioso puerto de la capital de Esterria a bordo de un humilde barquito que transportaba un cargamento del preciado vino de Midum.

Y eran sus últimos momentos de libertad porque en cuanto pisara tierra recuperaría su verdadera identidad muy a su pesar. Cuánto le gustaría poder seguir siendo Khumi. No pudo evitar sonreír como siempre que pensaba o pronunciaba esa palabra. Ése era el apodo que le pusiera su querida nodriza loggi. Se supone que en su lengua significaba “inquieto” o “travieso”, lo que cuadraba muy bien con su personalidad. Aquella mujer había sido la nodriza de los tres hijos de Domusal Damoy y su esposa Kai, pero Enekhal se sentía muy orgulloso de haber sido con mucho el favorito de Cerala. Incluso a pesar de que la mujer pasase mucho más tiempo con Nusi por ser chica. A Enekhal no le avergonzaba seguir visitándola cuando ya era un muchachito que recibía entrenamiento militar junto a su hermano mayor, igual que tampoco le avergonzaba haber usado ese apodo infantil durante los últimos meses, casi un año, desde que dejó el reino de Narvaly.

No le importó la opinión de los demás, ni sus burlas por lo tonto del nombre. Ese nombre le había dado una libertad que jamás había conocido y que, con toda seguridad, iba a echar de menos. Pero ya no podía seguir con su despreocupada vida de los últimos meses. Las cosas habían cambiado, y aún cambiarían más.

Cuando salió de Narvaly no tenía nada previsto, tal y como le dijo a Zodrim. Se dirigió a Midum porque le pareció un lugar suficientemente seguro para pasar el tiempo de su destierro. Desde que Zodrim accedió al trono, se concentró en la recuperación de su propio reino tan golpeado por la plaga y la invasión de Menetir, mientras dejaba a un lado todo lo relativo a Midum. La verdad es que ese reino que su hermano Netyk tan caprichosamente se había empeñado en conquistar, para ella era un dolor de cabeza más que otra cosa. Encargó el gobierno a nobles de su confianza, e intentó desentenderse. No era fácil, pues el débil gobierno hizo renacer las antiguas aspiraciones de los rebeldes Sum y otros grupos. Midum era un reino bastante caótico, lo que a Enekhal le convenía mucho para ocultarse.

No tenía planes definidos. Le vino la idea de camuflarse como una inspiración. Por eso decidió usar su apodo de niño. Para no tener que dar demasiadas explicaciones a nadie, abandonó su imagen inconfundible de príncipe valate. Se afeitó su rubia barba al estilo de lo que hacían los hombres de otras naciones. También se recortó los largos cabellos, y adoptó la vestimenta popular de las gentes de Midum. Por sus dorados bucles, ojos azules y piel clara, la gente siempre suponía que era extranjero, pero él se cuidó mucho de no revelar su exacta procedencia. Durante su periodo como gobernador de Midum, había perfeccionado bastante su conocimiento de la lengua midummita, y era la única que utilizaba.

Como era hábil e ingenioso, no le costaba encontrar trabajos de lo más variado. Cuando en algún lugar la gente comenzaba a hacer demasiadas preguntas sobre su origen o identidad, simplemente cambiaba de lugar. A propósito, decidió no vivir en la capital, pues allí podría haber quien le reconociera de su época de gobernador, incluso tras su cambio de aspecto. Enekhal había disfrutado de verdad ese periodo de vida tan aventurera. Le había permitido aprender infinidad de cosas y vivir mil experiencias, lo que siendo un príncipe nunca le habría sido posible. Al final iba a tener que agradecerle a su tío Andamar haberle desterrado de Kynán, destierro del que aún le restaban 16 años.

Pero, para su desgracia, su primo Naadur había reconquistado Midum, y él ya no estaba seguro allí. Su tío el rey Andamar le había permitido vivir en Narvaly mientras cumpliera los términos de los tratados de Ayusha. Pero Narvaly era un reino independiente. habría estado seguro allí si no cruzaba la frontera de Kynán, cosa que había hecho, si bien involuntariamente, pues tras la reconquista de Naadur, Midum era ahora de nuevo parte del reino de Kynán. Por eso, él tenía que huir, y esta vez, sí eligió deliberadamente a dónde ir. Durante su estancia en nombre de su padre en Esterria, y después, durante la conferencia de paz, había hecho buena amistad con la corte del país. Incluso el reticente Tessino acabó por mostrarse amistoso con él. Solicitaría asilo en Ayusha. Desde luego, había lugares mucho peores en los que exiliarse.

Al mismo tiempo que Enekhal arribaba al puerto de Ayusha, el victorioso ejército de Naadur el Intrépido avistaba por fin las murallas de Taros. Qué diferente había sido su marcha de regreso de Midum a la que hicieran unos meses antes en sentido contrario. Las noticias de la brillante reconquista de Midum por parte del príncipe habían viajado veloces por todo el reino, y allá por dónde pasaban los señores grandes o pequeños los salían al encuentro para invitarles a sus heredades o castillos, ofreciéndoles toda clase de agasajos. De pronto, parecía que las terribles huellas de diez años de guerra y de la plaga habían desaparecido. Los campesinos que poco antes huían de sus campos salían ahora al borde de los caminos a saludar y vitorear al valiente y apuesto príncipe Naadur por su triunfo.

Naadur estaba encantado. Disfrutaba como un niño de todos aquellos halagos y homenajes. Por supuesto, como era habitual en él, Yaluc veía más allá de la música y el oropel. No podía olvidar el daño que las leyes de Andamar estaban haciendo a sus amados loggi. Se preguntaba qué estaría planeando Agón. No habían tardado en darse cuenta tras la marcha de aquel grupo, de la disminución en el número de armas. Naadur no había querido hacer nada al respecto entonces, pues su objetivo principal era recuperar Midum, para lo que necesitaba contar con la sorpresa. Pero ahora Yaluc temía el castigo que su amigo, como general, fuera a imponer a los desertores. Sin embargo, incluso él acabó por dejarse llevar por la contagiosa alegría de Naadur. Ya habría tiempo para preocuparse.

Como ya tenían las murallas de Taros a la vista, todos querían acelerar la marcha, deseando llegar ya junto a sus familias, o a sus cuarteles a descansar. Naadur estaba tan impaciente como los demás. Pero no había forma humana de que pudiesen alcanzar la ciudad antes de la puesta de sol. De ninguna manera podían entrar en la capital del reino de noche, como vulgares viajeros. De modo que ordenó acampar. Apenas llevaban una hora instalando el campamento, cuando vieron acercarse a un jinete procedente de la ciudad. Era un heraldo del rey y los guardias le condujeron hasta donde se encontraba Naadur.

─Saludos mi príncipe─ Dijo el hombre en tono solemne. ─Te traigo un mensaje de tu noble padre, el rey Andamar─

─Ah, mi padre se encuentra ya de regreso en Taros.─ Naadur replicó alegre.

─ Sí mi señor. El rey retornó hace ya casi un mes, y aquí recibió como todos nosotros las maravillosas noticias de tu triunfo en Midum. Desea que te transmita su gran alegría y su satisfacción por tu hazaña. “Hoy soy el más orgulloso de los padres.” Fueron las palabras que me encargó que te dijera, mi señor.─

─Excelente. Imagino que debe de estar tan impaciente como yo por celebrarlo juntos. Ve y dile que con las primeras luces del amanecer nos dispondremos a entrar en la ciudad.─

─ Me temo, mi señor, que eso no podrá ser…─

─ ¿Cómo? ¿De qué estás hablando heraldo?─

─Tu padre quiere que esperes aquí hasta que terminen los preparativos para tu entrada triunfal.─ El hombre dijo con voz algo temblorosa, temiendo sin duda, haber incurrido en la ira de un príncipe, lo que nunca es buena idea, ni siquiera, aunque el príncipe sea el amable Naadur. Sin embargo, éste no tardó en aliviar la angustia del heraldo. Sin previo aviso, se giró y abrazó al desprevenido Yaluc, que estaba a su lado, comenzando a ejecutar con él una torpe danza consistente en dar vueltas, mientras reía, y decía encantado.

─ ¿Has oído Yaluc? Una entrada triunfal. Mi padre nos prepara una entrada triunfal ¿Sabes cuándo fue la última vez que sucedió eso?─  Un poco mareado, Yaluc logró desprenderse de su entusiasmado hermano adoptivo.

─Desde luego, hará mucho tiempo. En el templo estudiábamos la historia del pueblo valate. Pero he de confesar que las batallas no eran mi fuerte.─  Dijo Yaluc algo sombrío. Naadur se detuvo de pronto, y le miró más serio.

─ Por todos los Demonios del Abismo, Yaluc. Sé que no disfrutas siendo guerrero ¿Pero no podrías al menos alegrarte conmigo de nuestra victoria? Hemos vencido a Menetir y recuperado nuestra gloria. El rey de Kynán es de nuevo Señor del Mundo.─ Yaluc se le quedó mirando por unos instantes. Su semblante se suavizó.

─Te ruego que me perdones. No pretendo estropear tu celebración.─

─Nuestra, Yaluc. Es nuestra celebración. Yo no me olvido de lo que has hecho tú ni cada uno de mis hombres. Que te quede claro hermano.─ Yaluc lo tenía muy claro, por eso, entre otras cosas, estaba preocupado, por lo que pudiera pasarle a Agón y los suyos. Después de todo, era el hermano de Jaduma y Dilmala, que Yaluc sentía como su familia. Sin embargo, si era sincero consigo mismo debía reconocer que su mal humor no se debía sólo a la preocupación por sus amigos loggi.

Si la guerra había terminado, o al menos, iba a haber una nueva tregua, era algo magnífico. Pero eso también significaba su regreso a Taros, a la corte, y lo peor de todo, a su próximo casamiento. Aún faltaba más de un año, pero ¿Cómo podía estar él seguro de que el rey no le obligaría a relacionarse con su futura esposa? No le costaba mostrarse amable, incluso encantador con mujeres, era su carácter. Pero ninguna de las que había conocido hasta ahora estaba destinada a ser su esposa. No podría limitarse a ser amable. Tendría obligaciones ¿Sería capaz de fingir ser un prometido como los demás? Y si no lo conseguía, si ella o el rey se percataban de que algo no era como debía ¿Qué pasaría con él? ¿Seguiría Andamar considerándole su heredero? Todos esos pensamientos le torturaban. Hasta el momento, no tenía dudas acerca de las profecías de Dilmala como no las tenía acerca de las de Zesera. Todos en la corte de Taros deseaban que la criatura que Numa esperaba fuera un niño. Pero se asombrarían si supieran que quien más lo deseaba era Yaluc.

En Ayusha, Enekhal también esperaba hacer su entrada, aunque ésta desde luego, no iba a ser triunfal ¿Habría calculado mal? Su astucia nunca le había fallado hasta ahora. Siempre había sabido juzgar a los demás. Sin embargo, tal vez se había confiado creyendo que Tessino había olvidado su antiguo odio hacia los valate, al menos en su caso ¿Cómo explicar si no que le hubieran conducido hasta una diminuta y sofocante sala del palacio real de Ayusha dónde llevaba ya horas esperando? Ni siquiera le habían ofrecido un trago de agua, a pesar del calor.

Al fin, se abrió la puerta, y un sirviente de palacio entró y le hizo una profunda reverencia.

─El príncipe Tessino te recibirá ahora, mi señor.─  ¿Príncipe? De modo que el intrigante Tessino había abandonado ya toda pretensión de humildad y se hacía tratar con un título que jamás poseyó. Tal vez, las cosas en Esterria habían cambiado y él, en su agradable retiro de Midum, no se había enterado ¿Seguiría aún vivo el desdichado rey Dolomán, o Tessino se habría librado definitivamente de él?

No tardó en salir de dudas. El sirviente le guio hasta el salón del trono que él tan bien conocía de sus anteriores visitas. En cuanto entró, le vio allí sentado en su trono, que ya no parecía tan desproporcionado para él, pero que se mostraba incluso más incongruente para su ocupante que antes. Hizo cuentas rápido. Dolomán debía de tener unos 16 años. Había crecido, pero su mirada estaba aún más perdida que cuando le conoció, y su expresión, todavía más ausente. Le pareció ver incluso que babeaba. Sin embargo, apartó rápidamente la mirada, para no incurrir en una grave falta de decoro. Darse cuenta de que su educación principesca seguía gobernando sus actos le habría divertido si no estuviera tan ansioso por conocer de qué modo exactamente iba a ser recibido por Tessino.

─Estás muy cambiado, príncipe Enekhal.─ El hombre dijo con retintín. Si el pobre rey había aumentado en estupidez, Tessino lo había hecho en obesidad, cosa que Enekhal no habría creído fuera posible viendo cómo era ya antes. Lo que sin embargo no había aumentado en absoluto era su elegancia. Seguía llevando una de esas túnicas de seda, esta vez de un brillante verde esmeralda y adornándose con todas las joyas que era capaz de llevar encima.

─Ya no soy príncipe, como sabes muy bien.─  Enekhal dijo procurando mantener su típico control. ─¿Acaso no recuerdas que mi padre fue declarado bastardo y desposeído de todos sus derechos y privilegios reales?─

─¡Bah! Pequeñeces.─ Tessino replicó haciendo un gesto displicente con su regordeta mano cuajada de anillos y sortijas. ─Tú siempre serás un príncipe para nosotros ¿Verdad querida?─  Fue entonces cuando Enekhal vio a Marusene. Había estado tan concentrado en adivinar el humor de Tessino que no se había fijado en que la joven estaba también allí. Como el día en que la vio por primera vez, se sentaba junto al rey. Enekhal sonrió, una sonrisa totalmente sincera. Marusene seguía siendo una de las mujeres más bellas que había conocido. Sin dejar de sonreír, le hizo una gentil inclinación de cabeza, a la que ella respondió con otra. Sin embargo, Tessino volvió a hablar interrumpiendo el dulce momento. ─ Sin duda, te preguntarás por qué mis hombres te han tratado con tan poca cortesía cuando has llegado ¿Te han ofrecido algo de beber?─  Dio dos palmadas y un sirviente se acercó con una bandeja sobre la que había una jarra grande de oro, y unas cuantas copas del mismo material. Definitivamente, Tessino había adoptado el modo de vida de un auténtico príncipe. El sirviente, llenó una de las copas con oscuro vino y se la ofreció a Enekhal, que la apuró.

─Gracias Tessino. Había olvidado que el verano en Esterria es aún más caluroso que en Midum.─

─Siento que no te hayan tratado mejor. Pero, debes comprender que mi situación ahora no es como la primera vez que viniste a este reino. No digo que no seas bienvenido, que lo eres. Pero ahora las circunstancias han cambiado. Tu tío Andamar es el rey más poderoso del mundo, como lo fueron sus antepasados. Midum ha caído, y francamente, dudo mucho de que los reinos de las llanuras del sur permanezcan mucho tiempo leales al tratado que firmaron conmigo. Sin duda, Andamar querrá darles una lección por su deslealtad. Eso sin olvidar que tal vez no quiera seguir manteniendo las condiciones tan ventajosas para Esterria en la explotación de las minas de hierro. Tú sabes que el hierro es indispensable para nosotros. Los bárbaros del este no dejan de presionar en las fronteras. Comprenderás que no puedo enemistarme con Andamar precisamente ahora.─

─Comprendo que estés preocupado, mas tus temores son infundados. Conozco a mi tío. Él firmó un pacto contigo y lo cumplirá. Es un hombre de honor. Acogiéndome tú tampoco lo incumples, pues las condiciones de mi destierro son que no he de regresar a Kynán ni ayudar a mi hermano en su guerra contra Andamar. Y te aseguro que no tengo intención de hacer ninguna de las dos cosas.─

Tessino pareció relajarse al oír las explicaciones de Enekhal. Incluso sonrió, y levantándose de la banqueta cubierta de mullidos cojines en la que se sentaba, se acercó al sorprendido joven y le abrazó. Lejos de tranquilizarle, esa repentina muestra de afecto le puso aún más alerta acerca del obeso personaje. Una cosa era que Tessino hubiera dejado a un lado su visceral odio hacia los valate por algún tipo de extraña simpatía hacia él, tal vez por haber perdido de un modo tan humillante su rango de príncipe. Pero pensar que de pronto, el duro corazón de aquel hombre se inclinaba por él, era algo muy distinto. No se fiaba de Tessino. Sin duda, tendría algún oscuro motivo para actuar así, y Enekhal pensaba averiguarlo. Sin embargo, de momento, era bienvenido en Esterria, así que al menos no tendría que preocuparse por dónde vivir.

El sol estaba ya a punto de desaparecer por el horizonte de poniente. Tessino anunció que organizarían una cena para recibir a Enekhal como se merecía. Hizo llamar de nuevo a uno de sus sirvientes, y le ordenó conducir a Enekhal hacia los aposentos reservados para él, donde podría refrescarse y descansar de su largo viaje antes de la cena. Se despidió cortésmente del ausente rey y de sus anfitriones y se dispuso a seguir al sirviente.

Las habitaciones que le ofrecían en esta ocasión eran incluso más cómodas y lujosas que cuando vino enviado por su padre. Una pareja de jóvenes esclavos estaba allí esperándole y le anunciaron que había un baño preparado para él. Aunque Enekhal no era un seguidor tan estricto de la moral valate como su padre o su tío Andamar, seguía resultándole extraño y algo incómodo ser atendido por esclavos. Al fin y al cabo, los valate rechazaban la existencia de éstos. Pero estaba realmente cansado debido al viaje, la tensión y el calor. Fue totalmente consciente de hasta qué punto, al pensar en un agradable y relajante baño. De modo que, por el momento, decidió que no iba a dejarse dominar por pensamientos demasiado profundos.

Tras el baño, que le sentó incluso mejor de lo que esperaba, encontró dispuestas para él unas lujosas prendas proporcionadas por su anfitrión. Se las puso, aunque estaban bastante alejadas de sus gustos. Pero, al igual que se había vestido al estilo midummita mientras estuvo en aquel reino, ahora que iba a vivir en Esterria, no estaba de más adoptar también su modo de vestir. Sin embargo, se dijo que en cuanto pudiera encargaría prendas menos estridentes que aquellas que Tessino le proporcionaba. Llamaron a la puerta. Esperaba a algún esclavo o sirviente de palacio, pero quien entró fue Marusene. También se había vestido para la cena, y lucía esplendorosa.

─Qué extraño se me hace verte sin tu barba y con el cabello tan corto.─ Ella dijo a modo de saludo en tono ligero. Enekhal chasqueó la lengua y le dedicó una media sonrisa.

─No temas, como ves, ya estoy recuperando mi aspecto habitual.─ Replicó, acariciando su mandíbula, donde ya comenzaba a crecer de nuevo la barba.

─En realidad, me gustas más así, cuando puedo ver tu bello rostro en todo su esplendor.─  Bromeó Marusene. Tras mirarse unos segundos, ambos se echaron a reír ─ Siento que mi padre te hiciera esperar tanto, y que se haya mostrado tan suspicaz. Pero no has de tenérselo en cuenta. Le molesta perder el protagonismo que tuvo este tiempo de atrás, y exagera los peligros para darse importancia.─

─No son palabras muy respetuosas viniendo de una hija.─  Enekhal fingió escandalizarse.

─Oh, vamos. Mi padre me conoce de sobra, y sabe que siempre le seré leal.─

─¿Entonces, realmente, no hay peligro de perder las minas de hierro, ni de que los bárbaros del este arrasen Esterria?─

─Como tú bien has dicho, el rey Andamar no romperá los acuerdos que firmó. Y, en cuanto a los bárbaros, siempre han estado a punto de arrasar este reino. Es lo que yo, mis padres, mis abuelos, y no sé cuántas generaciones han estado oyendo decir desde siempre. Nunca ha ocurrido ¿Por qué iba a ocurrir ahora? Pero dejemos de hablar de asuntos tan enojosos.─  Dijo, acercándose a Enekhal y tomándole del brazo. Un intenso perfume de jazmín procedente de Marusene inundó su nariz ─Recuerdo muy bien que nuestras charlas solían ser mucho más divertidas.─  Añadió, mirándole insinuante. Él sonrió complacido, y se inclinó para besarla. ─Ven conmigo.─ Marusene se apartó tras el beso, y le tomó de la mano. ─Antes de la cena quiero enseñarte algo.─

2

Esperando la lluvia

El estado de ánimo de Menetir era muy diferente al de sus parientes. Él no tenía nada que celebrar, sino todo lo contrario. No sólo había sido derrotado por Andamar mediante una astuta estratagema de Naadur, sino que había perdido todos los territorios reconquistados en Kynán, incluída la Heredad del Sur donde reposaban las cenizas de sus padres.

Pero no terminaban ahí sus desgracias. A los guerreros caídos en batalla, que eran muchos, debía sumar la pérdida de los hombres que se le habían unido cuando él parecía el más fuerte, con la esperanza de recuperar los privilegios y propiedades que Andamar les había arrebatado por apoyar a Domusal, o simplemente de lograr unas ganancias de oro y botín que mejorasen su situación. Cada día, sus generales le informaban de que su ejército había sufrido nuevas mermas.

Por suerte, su cuñado, su sobrino y un puñado más de antiguos señores de Kynán aún le eran leales. Pero debía ser realista. En aquellos momentos se encontraba en las peores condiciones para su causa: derrotado, sin apenas ejército y sin medios de poder conseguir uno nuevo.

Así había emprendido la penosa marcha de regreso a Hittowa. Todos los dioses y los demonios parecían haberse aliado en su contra, pues, a diferencia de lo que solía ser habitual, aquel verano estaba resultando terriblemente seco en los normalmente húmedos valles de Narvaly. Por tanto, el calor y las penurias fueron sus fieles compañeros durante su penosa marcha. Las gentes de las aldeas del camino procuraban esconder las escasas provisiones que les quedaban para evitar, con poco éxito, que los hambrientos y sedientos guerreros se las arrebataran.

Para colmo de males, cuando se acercaban ya a las murallas de Hittowa, a Menetir le llegó la noticia de la gran victoria de Naadur en Shimma. El rey de Kynán volvía a ostentar el título de Señor del Mundo, pero en el trono de Taros se sentaba el hombre equivocado. Era él, Menetir, quien debía ostentar el título de Señor del Mundo, ante quien todas las demás naciones deberían postrarse. Su rabia crecía en su interior como el vapor dentro de una olla puesta al fuego. ¿Por qué era víctima de tales injusticias? ¿No había acaso él respetado y venerado siempre al invencible Nin? Oyó entonces a Temuzén dando la orden de que el ejército se detuviera. Miró y vio delante de ellos, en el camino hacia la capital, una ordenada formación de guerreros que les cortaban el paso. El que parecía al mando se acercó, y Menetir reconoció a uno de aquellos fieles nobles de los clanes leales a su esposa la reina.

─Saludos, mi señor Menetir.─ Dijo solemne cuando llegó frente a él

─¿Qué demonios significa esto? ¿Por qué se nos corta el paso?─ Menetir respondió de mal humor

─No está permitido ingresar a la ciudad portando armas. Órdenes de la reina mi señora.─

─Absurdo. Yo soy el esposo de Zodrim y por tanto me debes obediencia como a tu rey. Y yo no tengo la menor intención de abandonar las armas para entrar a la ciudad. Te aconsejo que no me impidas el paso.─

─Sólo la reina es mi señora, y sólo a ella he jurado obediencia. Serás recibido en la ciudad y en palacio sólo si abandonas las armas a nuestro cuidado. Así mismo, tu ejército deberá ser deshecho. Cada hombre entrará como cualquier viajero, desarmado, o no entrará.─ El otro respondió con voz firme.

Menetir, en cualquier otra circunstancia, no habría esperado siquiera a que acabara la frase para lanzar a sus hombres hacia la ciudad. Pero en esos momentos, debía reconocer que no tenía ninguna seguridad de que aquel desharrapado y humillado ejército que le seguía estuviera dispuesto a obedecer sus órdenes. Los narvalienses no eran expertos guerreros, pero aquellos que tenían ahora enfrente estaban descansados bien alimentados y frescos, además de portar las mejores armas disponibles.

De modo que, un humillado y furioso Menetir fue escoltado hacia el palacio real después de ser convenientemente despojado de sus armas. Con él sólo iban Temuzén y Ardates, el hijo de éste cuyos rostros mostraban que se hallaban tan poco complacidos como el mismo Menetir. En su fuero interno iba jurando que se lo haría pagar a esa esposa suya tan rebelde y desobediente.

Mientras la noche caía ya sobre Narvaly, Kynán y Esterria, en este último reino, Enekhal se encontraba con una sorpresa. Marusene le había guiado por el palacio hasta los aposentos del mismísimo rey Dolomán. Ahora entraban en una amplia y fresca sala, donde el pobre rey idiota reía sentado en el suelo haciendo cabalgar un caballito de juguete en fingida batalla contra otro semejante manejado por un niño de rubios rizos. Enekhal no necesitó mirar a Marusene. Le bastó ver al niño. Éste, al oír entrar a los adultos, alzó la cabeza para ver quién venía, y Enekhal se vio a sí mismo en su tierna infancia. La única diferencia apreciable era que el pequeño tenía los ojos castaños de su madre.

─Se llama Tesimandro..─ Dijo Marusene a su lado. Enekhal la miró con gesto socarrón.

Desde luego, no era el primer bastardo que había engendrado. Dada su afición por las jóvenes, no eran pocos. Pero como la mayoría de nobles valate, se limitaba a proporcionar una vida más o menos cómoda a sus vástagos, sin tomarse ni la menor molestia en conocerlos. Olvidando su existencia tan pronto como tenía noticia de ella. El ejército estaba lleno de estos bastardos varones, mientras que las niñas entraban a formar parte de otro ejército, el de doncellas y damas al servicio de las nobles y mujeres de la realeza. Los valate siempre habían obrado así. Sin embargo, mirar cara a cara a su hijo le produjo una sensación difícil de explicar. Nunca había planeado desposarse. Menos aún ahora que sus padres habían muerto y ya no les debía obediencia. Por tanto, la idea de tener hijos estaba muy alejada de sus pensamientos. Pero ahora tenía a uno delante, con nombre y rostro. Y se dio cuenta de que le complacía. El niño era muy guapo y parecía completamente sano.

─¿Y qué opina tu esposo el comerciante de este hijo?─ Preguntó con gesto burlón.

─Ah, no lo sabes, claro. Soy viuda desde hace más de un año. Pero, la verdad, no puedo quejarme del esposo que mi padre me buscó. Desde luego, fui honesta con él. Cuando viajé a su encuentro, ya sabía que me hallaba encinta. No me preocupaba que me repudiara, pero no lo hizo. Era un viudo bastante mayor que yo, con hijos ya adultos que heredaron sus negocios. Sólo deseaba compañía para sus últimos años. A cambio fue siempre bueno, generoso y amable conmigo y con el niño.─

─¿Le dijiste quién era su padre?─

─Nunca me preguntó. Pero sospecho que tenía idea. El pequeño no puede negar que es de sangre valate.─

─Ciertamente no.─

Entre sorprendido y divertido, Enekhal observó cómo Marusene hacía acostarse al pobre rey Dolomán, que ofrecía las leves protestas de un niño pequeño para irse a dormir. Exigió que el pequeño Tesimandro se quedara junto a él. Marusene informó a Enekhal de que esto era habitual. El rey, cuya salud se debilitaba por momentos, había tomado un enorme cariño al niño, y apenas toleraba separarse de él.

Tras dejar al rey y al pequeño acostados, se dirigieron al salón donde se celebraría la cena en honor de Enekhal. El salón estaba brillantemente iluminado por multitud de velas, y por las altas ventanas abiertas a los jardines, se colaba la perfumada brisa de la noche de Ayusha. Enekhal pensó en lo irónico de su situación. Ya lo había perdido todo, sus títulos, sus propiedades y su patria. Aunque su destierro no era de por vida, como en el caso de su hermano, y el rey Andamar le había dado su palabra de que recuperaría sus propiedades cuando regresara a Kynán, él no se hacía ilusiones. 20 años eran muchos, demasiados. Con suerte, podría vivir la mitad sin sufrir achaques demasiado severos. Sin embargo, ahora se encontraba en un palacio siendo agasajado como en los lejanos días de su infancia cuando su padre era aún Príncipe Heredero de Kynán.

En la aldea de las montañas, Dilmala contemplaba el claro cielo. Allí también sufrían la sequía, pero todavía había animales para cazar y les quedaban algunas reservas de granos y frutos. Sin embargo, la población de la diminuta aldea se había visto muy aumentada. No paraban de llegar hombres, a menudo familias enteras, para unirse al llamamiento de Agón. Éste había animado a los aldeanos al principio para acoger a los recién llegados, pero luego, no dudó en viajar a la Aldea del Roble Partido, donde tuvo una audiencia mucho mayor. No todos los que le escuchaban estaban de acuerdo con él, claro. Entre los que discrepaban más abiertamente, se contaba Mores.

El joven era muy respetado por sus viajes acompañando a Yaluc Cabeza de Fuego y todo lo que había aprendido en ellos. La gente le escuchaba casi como al propio Yaluc. Él intentaba hacerles entender que enfrentarse con los valate sólo les acarrearía desgracias. Dilmala, aunque hubiera dicho que el destino estaba sellado, no dudaba en apoyar a su sobrino. Ella sabía, y no sólo por sus visiones, que la guerra no trae nada bueno, mucho menos a un pueblo que no tiene costumbre ni conocimiento de ella.

Así, los loggi se hallaban divididos. Por primera vez en su historia, tenían la conciencia de ser una entidad diferente de los demás pueblos. Hasta entonces, siempre se habían sentido como una parte de las múltiples criaturas de la Madre. Pero las antiguas creencias se estaban poniendo a prueba. Con todo lo que Agón decía despreciar a los valate y cómo éstos habían impuesto su cultura, parecía dispuesto a imitarlos. Decía querer que los loggi volvieran a vivir como antaño, pero nunca mencionaba a la Madre.

Dilmala sentía una profunda melancolía por los acontecimientos que se estaban produciendo, aumentada por su conocimiento de lo que estaba por venir. Siguió contemplando el limpio cielo cuajado de estrellas. La luna estaba en una de sus acostumbradas ausencias y el cielo permanecía profundamente oscuro salvo por las miles de luminarias. Pensó en aquel sueño que había tenido, cuando vio al príncipe que estaba a punto de nacer. Sabía que traería los cambios que Zesera había profetizado y que ella misma también había visto. Era el fin de una era. La Madre solía hacer cambios de vez en cuando, pero no por necesarios iban a ser menos traumáticos para sus criaturas

Menetir, Temuzén y Ardates fueron conducidos a uno de los salones de palacio y obligados a esperar. Al fin, apareció Zodrim. Menetir se sintió impactado. No es que su belleza hubiera aumentado, pero había algo en ella, un cierto aire la rodeaba, que le resultaba muy atractivo. Sacudió esos pensamientos de su mente. Sin duda, el tiempo que había pasado sin verla era el culpable. No quería perder la perspectiva. Estaba furioso con ella por el modo en que le había humillado. Sí, desde luego, pensaba hacérselo pagar muy caro. Ella se situó en medio del salón. Llevaba un magnífico vestido y portaba numerosas y muy valiosas joyas, entre ellas, la corona real de Narvaly hecha del más fino oro. No era habitual que los reyes la llevaran fuera de las ceremonias oficiales. Sin duda, Zodrim pretendía enviar un mensaje, el mismo que su heraldo ya había transmitido a los recién llegados. Ella era la reina. Menetir pensó con un ramalazo de satisfacción íntima cómo iba a poner nuevamente en su lugar a su desobediente esposa.  Debió de sonreír sin darse cuenta, porque ella le miró ceñuda y dijo:

─No creo que tengas muchos motivos para sonreír Menetir. Según he oído, has sufrido una derrota humillante. Además, por si aún no estás informado, has de saber que nuestro primo Naadur ha recuperado Midum. Imagino que para ti será una pésima noticia, aunque yo, sinceramente, me siento aliviada.─

─Estoy al tanto de las novedades.─ Él dijo seco

─Bien, entonces, lo primero es que podáis descansar. No he olvidado los modales ni la cortesía. Podéis retiraros para asearos, descansar y reponer fuerzas. Imagino que vosotros dos─ Dijo dirigiéndose a Temuzén y Ardates ─estaréis deseosos de ver a Nusi. Ella no se encuentra muy bien de salud y por eso no está aquí. Pero tenéis mi permiso para acudir a sus aposentos.─

Ellos se miraron y luego miraron fugazmente a Menetir. Él, sin embargo, no apartaba su mirada de la mujer que tenía enfrente ¿Era ésta la misma princesita tímida y asustada con la que se había desposado 9 años antes?

Cuando quedaron solos, ella volvió a hablar.

─Un lacayo de palacio te conducirá a las habitaciones que se te han asignado para que puedas asearte y descansar también. Después podrás ver a nuestros hijos. Estoy segura de que los has añorado, ellos desde luego, te han añorado a ti.─ Su tono era condescendiente y dejaba muy claro que ella no se incluía entre los que le habían echado de menos. Sin embargo, Menetir no se arredró.

─Y tú ¿me has añorado esposa mía?─ Preguntó con retintín. Ella no le respondió. Hizo un gesto para que los lacayos se acercaran.

─Acompañad a Menetir a sus aposentos.─

El ejército de Naadur permanecía acampado frente a las murallas de Taros, en espera de recibir la señal para poder entrar triunfantes en la ciudad. El príncipe no podía dormir. La emoción le embargaba. Paseaba por el silencioso campamento. A pesar de que no había luna, caminaba sin antorcha alguna, pues la luz de las estrellas le permitía distinguir las negras siluetas de las tiendas, además de que aún brillaban las ascuas de las hogueras encendidas para la cena frente a muchas de ellas.

No podía dormir porque su cabeza era un torbellino. Tantas cosas habían sucedido desde que abandonó Taros un par de meses antes. Había salido en un intento desesperado por detener una guerra que parecía no tener fin. Y regresaba como triunfador, como Naadur el intrépido, habiendo recuperado la gloria de sus antepasados. En esos momentos, se negaba a pensar en que Menetir no estuviera completamente derrotado. Sabía muy bien que mientras no tuviese su cabeza, su primo no cedería. De momento, estaba derrotado y Naadur tenía la esperanza de que le resultase mucho más difícil que antes reunir un nuevo ejército para enfrentarse a Andamar. No dudaba de que lo haría. Menetir nunca renunciaría a lo que creía suyo. Simplemente Naadur esperaba que aquella derrota les proporcionara un periodo de paz lo suficientemente largo como para que sus reinos se recuperasen de tantas desgracias.

Sin embargo, se sentía esperanzado. Le habían ido llegando durante la campaña cumplidas noticias del embarazo de su esposa. Todas eran buenas. Numa parecía gozar de mejor salud que nunca antes. Estaba completamente convencido de que la maga Dilmala había acertado y nacería por fin el deseado heredero. Tenía mucho que celebrar y muchas razones para sentirse esperanzado.

Divisó una silueta frente a él. Era inconfundible. Yaluc difícilmente podría pasar alguna vez inadvertido con su corpulencia y estatura. Parecía que él también había decidido caminar en la oscuridad.

─¿Qué te mantiene despierto en esta venturosa noche, hermano?─ Naadur preguntó.

─Lamento no encontrarme tan alegre de ánimo como tú. Mejor sigue con tu paseo, pues no deseo ensombrecer tu ánimo.─ Fue la respuesta que recibió.

─Mi querido hermano Yaluc, siempre encontrando motivos para estar preocupado incluso en los momentos más felices ¿Qué te aflige pues?─

─Pienso en lo que se nos viene encima.─

─¿A qué te refieres? Tu amiga la maga profetizó el nacimiento de un varón, el heredero tan esperado. Y, por otro lado, no profetizó ninguna desgracia ¿Qué motivos tienes pues para temer al futuro? Estamos en un momento glorioso.─

─No niego la gloria. Pero ¿acaso olvidas el descontento dentro de tu propio ejército? Hay hombres que desertaron con armas, lo que me hace pensar en que no sólo deseaban librarse de sus obligaciones como soldados. Tal vez se esté fraguando una rebelión en el corazón mismo de Kynán.─

─Vaya. Así que crees que ese puñado de loggi que abandonó el ejército en plena campaña y robó valiosas armas tiene intenciones contra nosotros. Pensaba que tus queridos loggi no hacían la guerra.─

─Y no la hacen. Pero las leyes de tu padre son muy impopulares. Además, hace mucho ya que los loggi no viven según sus antiguas costumbres, al menos la mayoría de ellos.─

─No creas que las acciones de esos traidores quedarán sin castigo. Pero ahora no deseo pensar en cosas desagradables. Y tú tampoco deberías. No temas, sé que eres completamente inocente en esto. Esos hombres obraron a tus espaldas tanto como a las mías.─

─No es por mí por quien temo. Precisamente eso, tu castigo, es lo que me mantiene preocupado.─

─Pues olvídalo. Además del Príncipe Heredero soy tu general. Te ordeno que dejes esos funestos pensamientos y celebres con todos nosotros esta brillante victoria, a la que, por cierto, tú tanto has contribuido. Yo me encargaré de que mi padre el rey esté bien informado para que recibas la recompensa que mereces.─

Yaluc ya no dijo nada más. Se limitó a suspirar resignadamente. No podía compartir la despreocupada alegría de Naadur. No sólo porque ciertamente le preocupara lo que iba a ocurrirles a sus queridos loggi, sino, sobre todo, porque él conocía los negros designios que aguardaban a ambos pueblos. Había estado tentado de decirle a Naadur que Dilmala no le había profetizado desgracias, simplemente porque no le había revelado la totalidad de sus visiones. No había conseguido que ella le dijera nada. Pero la conocía lo suficiente como para saber que había ocultado algo. Y el modo en que le había hecho desistir de preguntar más, sólo confirmaba sus sospechas. Algo malo se avecinaba, pero no eran sólo las oscuras profecías de Zesera, sino algo más concreto y cercano y que, por desgracia, tenía que ver con su amado Naadur.

«EL PRÍNCIPE ANUNCIADO». Segundo libro de la saga «Señores Del Mundo»

portada del libro El príncipe Anunciado
«El Príncipe Anunciado» («Señores Del Mundo» 2) 

Segundo libro de la saga “Señores Del Mundo”. Las luchas siguen enfrentando a las familias. Al mismo tiempo, las profecías comienzan a cumplirse. Un niño tiene en su poder el destino del mundo. Dilmala y Yaluc deberán mantenerle a salvo hasta que pueda cumplirlo. Ya que poderosas fuerzas intentarán impedírselo por todos los medios posibles, humanos y sobrenaturales.

En tiempos turbulentos, el pueblo loggi se enfrenta a acontecimientos decisivos para su supervivencia. Y mientras los reinos continúan guerreando entre sí, surge una nueva amenaza para el futuro de todos ellos. El príncipe Yaluc comprobará en persona esa grave amenaza a la vez que continúa descubriendo su propio destino.

Vídeo reseña de «Señores del Mundo»

Vídeoreseña de «Señores Del Mundo» por parte de Ana Segarra del blog Libros y Literatura

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Prólogo

Aún el cielo estaba oscuro, a excepción de una mínima franja al oriente, que anunciaba el cercano amanecer. La amplia llanura apenas se podía distinguir a la tenue luz. El imponente silencio sólo se rompía por los graznidos de los buitres que poco a poco, iban llegando cada vez en mayor número, atraídos por los numerosos cadáveres. Pronto, las hienas y otras bestias carroñeras se unirían al festín.

Apenas unas horas antes, esa misma llanura silenciosa se encontraba sumida en el fragor de la batalla. Lentamente, la luz del día desplazaba a la oscuridad. El día se anunciaba claro y luminoso. Mirando el cielo, sería difícil adivinar que unas horas antes, el lugar estaba dominado por la espesa polvareda que levantaban los cascos de cientos de caballos y los pies de miles de hombres, y el aire lleno del hedor que producían el sudor y la sangre al mezclarse. Todo era quietud ahora, y las voces de los hombres habían sido sustituidas por las de las bestias.

A través de la leve bruma del amanecer, tres figuras a caballo se movían como espectros entre tantos muertos. Los tres lucían cabellera rojiza y poblada barba. El mayor, que iba delante, mostraba ya algunos cabellos grises. Su porte era magnífico a pesar de su gesto de evidente pesadumbre ante el espectáculo que se mostraba ante él. Su casco y coraza dorados con elaborados grabados, así como la riqueza de los arreos de su caballo, ponían bien de manifiesto que se trataba de un rey.

Detrás de él, cabalgaban a la par dos jóvenes que guardaban entre sí tal parecido, que muy bien podrían ser hermanos, aunque uno de ellos, un verdadero coloso, era mucho más corpulento que el otro. Sus armaduras y arreos no desmerecían a las del rey que les precedía, y sus semblantes reflejaban la misma pesadumbre.

El rey pronto daría la orden para que los cadáveres de sus hombres fuesen recogidos para ser honrados como merecían. Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos del color del mar. Tantos valerosos jóvenes, tantas vidas una vez más desperdiciadas. En última instancia, su ejército había ganado la batalla, impidiendo el avance de los enemigos, pero a qué altísimo precio. En el fondo de su corazón sabía que ésta tampoco había sido la batalla definitiva. Los ejércitos se replegarían, cada bando procuraría rearmarse y nutrirse de nuevos hombres, y todo volvería a empezar. Cada vez más a menudo se preguntaba si había merecido la pena tanta sangre derramada. Pero estaba atrapado en esta guerra que duraba ya diez años y cuyo fin nadie adivinaba. Había obtenido una nueva victoria, sí. Pero el día que amanecía no sería de gloria, sino de luto

1

Encrucijadas

Diez años atrás…

El anciano sacerdote se volvió a encoger de miedo cuando un nuevo trueno hizo temblar hasta los cimientos el majestuoso y milenario edificio del templo. Pocas veces en su larga vida había sido testigo de una tormenta como aquélla. El viento aullaba como una bestia furiosa, colándose por cualquier rendija y haciendo oscilar las llamas de las numerosas velas que apenas lograban iluminar el inmenso recinto. La lluvia azotaba los castigados muros con tal fuerza que parecía querer arrancar el templo de cuajo y arrastrarlo hacia quién sabe qué desconocido lugar. Pero lo peor eran los rayos que caían cada vez más cerca.

El frágil anciano de afeitada cabeza y rala barba, tan blanca como su desgastada túnica, oraba tembloroso frente a la imponente estatua del dios Nin, que lo mostraba en todo su poder. La estatua, del bronce más bruñido, era de tamaño colosal, como corresponde al más grande y poderoso de los dioses. El mismo que había salvado al pueblo de los valate de una segura destrucción tantos siglos atrás, guiándolos hacia el que había sido su hogar desde entonces. Un hogar bueno dónde habían prosperado. El mismo que siempre los había favorecido dándoles la victoria en todas las batallas, y convirtiendo al pueblo valate en el más poderoso del mundo. Pero ahora, todo parecía indicar que el gran dios no estaba complacido.

El sacerdote seguía pronunciando en voz baja su letanía, implorando la misericordia de Nin, o al menos una señal que le indicase qué debían corregir para recuperar su benevolencia. Temblaba recordando la antigua profecía que uno de sus antecesores había realizado siglos atrás ¿Habría llegado el momento anunciado? ¿Sería él, el humilde Ris, el último sumo sacerdote de Nin?

En estas consideraciones se hallaba inmerso, cuando de pronto, el día pareció inundar el interior del templo a pesar de que era pasada la medianoche. A la deslumbrante luz, le siguió un estruendo como Ris jamás había escuchado, que hizo temblar el suelo, haciéndole caer a él de bruces. Y luego, la oscuridad, el frío y el agua empapándole, que le hicieron mirar a su alrededor, y darse cuenta de que un gran agujero se había formado justo sobre su cabeza. Donde hasta un momento antes, se encontraba la cúpula del templo, había ahora un vacío por el que entraba la lluvia torrencial. Con el corazón a punto de salírsele del pecho, contempló atónito que los escombros de la cúpula habían caído a su alrededor ¿Cómo es que ninguna de esas grandes piedras le había aplastado?

No tuvo tiempo, sin embargo, para seguir haciéndose preguntas, pues ante sus asombrados ojos, ocurrió un fenómeno aún más aterrador. Un rayo atravesó el hueco del techo y fue a caer de lleno sobre la estatua de Nin cortándole la cabeza como la más afilada de las espadas. Ris contempló helado cómo la cabeza de bronce caía a los pies de la estatua, quedando colocada de tal modo, que sus ojos vacíos parecieron clavarse en el anciano ¿Qué otra señal podía esperar?

Con sorprendente energía y ligereza para su edad, Ris se puso en pie y salió corriendo del edificio. La tormenta continuaba igual de furiosa, pero eso ya no le preocupaba. Tenía que ver al rey. Era imprescindible que le pusiera al tanto de las terribles novedades. El destino de los valate, puede que de todos los hombres, estaba en juego.

La reina salió sin hacer ruido del dormitorio, tras obligar a marcharse al médico, el cual, sospechaba, hacía más mal que bien al pobre enfermo con sus remedios, a cuál más extravagante. Su esposo dormía de nuevo en la gran cama tras otra crisis. Cada ataque le debilitaba un poco más. Escuchó un momento su respiración cada vez más trabajosa. Ya no tardaría mucho en cesar del todo. Sin embargo, ella tenía aún que solucionar muchas cosas antes de que eso ocurriera. Había conseguido ganar tiempo manteniendo el grave estado del rey en secreto. Pero más pronto que tarde, saldría a la luz. Tenía que actuar deprisa, pues su futuro dependía de ello.

El ambiente en la antecámara del rey era muy diferente al de la inmensa alcoba que acababa de abandonar. La luz de un resplandeciente día de verano se colaba a través de las altas ventanas. Abajo, en la ciudad, a lo largo y ancho de todo el reino, la gente sin duda aceleraba los preparativos para la gran celebración que tendría lugar dos días después. Sin embargo, a pesar de la hora y de la fecha, en la habitación reinaba el silencio. Se acercó a una de las ventanas y miró hacia el exterior. No lo llamaban Palacio de las Nubes sin motivo. Tanto el palacio real como el complejo que contenía el templo de Nin, se encontraban sobre la elevación más alta de la alargada península, donde se hallaba la capital, Taros. Esta elevación, allanada artificialmente muchos siglos atrás, se hallaba también en la parte más alejada de tierra firme. Ambos edificios ocupaban los extremos de la amplia explanada, lejos del bullicio, el polvo y los olores de la ciudad que se extendía más abajo.

Se separó de la ventana imaginando qué pensarían sus súbditos, cuando dos días después, se congregaran en esa misma explanada, esperando ver aparecer al rey para que les bendijera como cada año, y Belcentes, el Justo, no apareciera. Si las cosas salían como ella esperaba, este año la gran celebración de La Llegada, sería también la fiesta de coronación de su hijo Andamar. Tal y como se encontraba, era realmente improbable que el rey aguantara siquiera un día más, mucho menos, dos.

Sus esperanzas se habían renovado, y esta mañana, el destino parecía mucho más a su favor que dos días atrás ¿Quién le iba a decir que un rayo cayendo de lleno sobre el templo le iba a dar la ocasión que necesitaba para lograr su objetivo? Pero, a pesar de todo, no debería sorprenderse. En su vida, las cosas siempre habían ocurrido así, cuando ya no las esperaba. Su destino se había dado la vuelta repentinamente en más de una ocasión.

Sólo dos días antes, parecía que todo estaba perdido para ella. De sobra sabía que el rey hacía tiempo que había nombrado su sucesor. Garpa no pudo evitar estremecerse al pensarlo. Cuando Belcentes muriese, le sucedería su hijo primogénito, Domusal. Sin duda, así figuraría en el testamento del rey custodiado en el templo. Pero ahora, ella tenía al sumo sacerdote a su merced. Todo era todavía posible.

Se acercó a la enorme puerta doble de la antecámara, y ordenó a uno de los centinelas que hiciera llamar al mayordomo de palacio, quien ostentaba la máxima autoridad sobre todo el personal que atendía la administración real. No tuvo que esperar mucho para que el hombrecillo acudiera, casi sin resuello. Voro era descendiente de una larga dinastía de eficientes y leales funcionarios de palacio. Ya hacía bastante que había abandonado la juventud, pero su cuerpo enjuto y nervudo le permitía seguir siendo tan eficaz y rápido como siempre. No venía solo, sin embargo.

Aunque su humor distaba mucho de ser alegre, Garpa tuvo que sonreír fugazmente, al ver el contraste entre el nervioso y acelerado Voro, y el paso pausado, casi solemne, del sacerdote Palas. Éste mantenía el aire impasible y digno propio de su rango de segundo de Ris el Venerable. Ambos hicieron una respetuosa inclinación de cabeza ante la reina antes de entrar en la antecámara.

─Me complace que estés ya en palacio, Palas. Me disponía a llamarte justo después de terminar con Voro.

─Sentí que mi deber era venir a palacio. Y así lo hice en cuanto mis obligaciones en el templo me lo permitieron. Sin duda, sabes que he de sustituir al muy venerable Ris, ahora que no está. Los últimos acontecimientos…─ Se interrumpió al ver cómo la reina alzaba una mano, ordenándole silencio. Hizo una nueva inclinación, y se dispuso a esperar.

─Ya trataremos esos asuntos después. Ahora, precisamente quiero que tú vayas a buscar al Venerable, y lo traigas a mi presencia.─ La reina dijo, dirigiéndose a Voro, que, con una nueva inclinación, comenzó a caminar hacia la puerta.

─Se hará como ordenes, mi reina─ Dijo el hombrecillo, y salió de la estancia. A Garpa no le pasó desapercibida la expresión de Palas.

─No tienes que ponerte tan solemne y digno. Sé muy bien cómo se trata a un sumo sacerdote de Nin. Te aseguro que Ris ha permanecido en todo momento en lugar seguro, sin el menor riesgo físico, ni menoscabo de su venerable persona─

─Y supongo que no me equivoco, si deduzco que así continuará por tiempo indefinido─ Palas dijo, con cierto retintín.

─Bien. Yo no tengo la culpa de que sólo él tenga acceso a los documentos reales a parte de mi esposo. Lo único que ha de hacer es cooperar conmigo. Permitirme ver el testamento real─

─Para que puedas hacer que el rey lo cambie, supongo─

─Para corregir una injusticia antes de que ocurra─ Garpa dijo, alzando la barbilla.

─¿Cómo puede ser una injusticia cuando se ajusta a la ley?─ Palas preguntó con sorna. ─Domusal es el primogénito. Le corresponde ocupar el trono tras la muerte de su padre─

─Será el primogénito. Pero todo el mundo sabe que mi hijo tiene infinitamente más legitimidad. Desciende de los más altos linajes, mientras que la madre de Domusal…─

─Lo sé, lo sé. Era de sangre mezclada. No me malinterpretes, mi señora. Yo estoy totalmente de acuerdo contigo en que no debemos permitir que se corrompa nuestra sagrada tradición. Pero tú sabes tan bien como yo, que Domusal no está solo, y le ampara la ley, aunque en este caso, vaya en contra del bien de los valate─

─Demasiado bien lo sé. Y que Ris es su principal apoyo─

─Por eso le has hecho apresar. Y no tienes intención de liberarle ¿Me equivoco?─

─No está preso, como te acabo de decir. Pero, sin duda, ya es hora de que el muy venerable Ris se tome un merecido descanso, después de servir al templo y al reino durante tantos años. Y tú serás el mayor beneficiado. Yo me encargaré personalmente de que mi hijo te nombre sumo sacerdote y Primer Consejero del rey… ¿Por qué pones esa cara? ¿Dudas de que cumpliré mi palabra, o acaso de que Andamar sea el próximo rey de Kynán?─

─Jamás osaría dudar de ti, mi reina─ Palas se apresuró a decir bajando la mirada respetuosamente. ─Pero, tal vez, no esté todo tan controlado como crees─ Continuó sin alzar la mirada.

─¿A qué te refieres? Sabes que es imprescindible que la gravedad del rey se mantenga en secreto hasta que yo pueda asegurarme de que Andamar sea el sucesor. Sólo tú y esos inútiles que se hacen llamar médicos, sabéis la verdad. Ellos me temen demasiado para hablar…─

─Oh, no, mi señora Garpa. Nadie se ha de enterar por mí. Pero recuerda que el Venerable vino hace dos noches para hablar con el rey. Y, aunque se le informara de que no se encontraba en palacio, Ris no es estúpido… No quiero decir que él se haya dedicado a propagar rumores, por supuesto, pero su protegido no se encuentra en el templo por lo menos desde anoche─

─Te refieres a ese pequeño bastardo… Yaluc se llama ¿no es así?─ Garpa dijo intentando mantener la frialdad, aunque no era nada fácil. Ese mocoso era sólo la más reciente de las humillaciones a las que su esposo la había sometido. Como la mujer inteligente y astuta que era, se había mantenido siempre puntualmente informada de todo. Sabía que Ris mantenía al chico como su protegido en el templo. Seguramente por orden del propio rey. Nunca había podido averiguar quién era la madre del crío ni por qué su esposo tenía tanto interés en mantenerle cerca. La madre podría ser cualquier sirvienta, quién sabe. Aunque eso ya no la preocupaba, porque al parecer, quien quiera que fuese ya estaba muerta.

─Estoy bastante seguro de que Ris lo ha escondido, temiendo lo que podrías hacer a la muerte del rey. Por eso he venido, para informarte─

─Ese mocoso no debe preocuparnos. Aunque quisiera reclamar el trono como hijo del rey, apenas es un niño. No sólo mi hijo le supera en edad. Dudo mucho de que Domusal se quedase tan tranquilo. No, Yaluc no es un riesgo para mi hijo. Sin embargo─ Dijo pensativa…─tiene la misma edad que mi nieto Naadur. Pero ocupémonos de cada cosa a su tiempo. Retírate, vuelve al templo y procura que no se extiendan rumores indeseados─

Mientras esperaba que trajeran a Ris a su presencia, Garpa entró de nuevo en el dormitorio del rey. Seguía dormido y respirando con la misma dificultad. Se acercó al lecho y le contempló. Incluso después de todos esos años y del mucho sufrimiento que ese hombre le había causado, no pudo evitar que la emoción la embargara. La enfermedad le había consumido casi hasta los huesos. Ya no había rastro del apuesto y fornido príncipe de cabellos de fuego con el que se había casado 35 años atrás. Dejó escapar un suspiro resignado mientras retiraba con cuidado un mechón gris de la fría y húmeda frente del rey. A pesar de todo, le seguía amando. Qué diferente habría podido ser su vida juntos si sólo él hubiera querido.

Se sentó al borde de la gran cama, y dejó que la invadiesen los recuerdos. El sentimentalismo era un lujo que no solía permitirse, ni siquiera a solas. Pero éstas muy bien podrían ser las últimas horas de Belcentes en el mundo de los vivos. A nadie, por tanto, debería extrañarle que rememorase su vida con él.

Naturalmente, Garpa había conocido a Belcentes toda su vida. Ella pertenecía a uno de los más elevados linajes, sólo por debajo del linaje Damoy, cuyos miembros eran los únicos con derecho a ocupar el trono. Por tanto, sus visitas a palacio eran frecuentes, así como las de la familia real a las inmensas y ricas heredades de los Gormaron. Belcentes era ya un muchacho de 10 años, a punto de iniciar su instrucción militar, cuando Garpa nació. Pero eso no había evitado que ella, como la mayoría, si no todas las jóvenes damas, suspirara por el apuesto príncipe. Lo de suspirar, claro está, en el caso de Garpa no es más que un modo de hablar. Nada menos propio de su carácter.

Estaba ella a punto ya de cumplir los 20 años, y precisamente ese carácter fuerte y mal genio suyos habían espantado uno tras otro a todos sus pretendientes. De tal modo que, aun siendo Garpa una dama de tan alta cuna, sus padres empezaban a temer que no habría pretendiente capaz de convertirse en su esposo. A pesar de todo, ella no compartía las preocupaciones de sus padres. El hermoso príncipe Belcentes ya tenía esposa, con lo que quedaba fuera de su alcance, y de los demás, ninguno había conseguido despertar su interés en lo más mínimo.

Que Belcentes estuviera ya casado no hacía sino aumentar su atractivo a ojos de Garpa, pues aquel matrimonio nunca tuvo la aprobación del rey. Belcentes había desafiado la autoridad de su padre, lo que ya en sí sería grave, pero, además, siendo su padre el rey la cosa era mucho peor. El príncipe rebelde se convirtió en su amor secreto. Y entonces, ocurrió lo más inesperado. Como le ocurriría numerosas veces a lo largo de su vida, el destino de Garpa cambió de la noche a la mañana.

Los reyes lograron al fin obligar a su díscolo hijo a que repudiase a su amada Heusa, quien de ninguna manera podría ocupar el lugar de reina. Naturalmente, todo el mundo, Garpa también, sabía que Belcentes sólo había cedido cuando su padre le amenazó con desheredarle y nombrar sucesor a su otro hijo. La ambición de reinar fue más poderosa que el amor por Heusa. A Garpa, eso la desilusionó, y estaba segura de que fue la última vez que se había dejado llevar por los sentimientos. Todo cambió, claro está, cuando sus padres le anunciaron que los reyes querían que Belcentes desposara a una dama digna de ser reina, y ella era la elegida.

A pesar de saber que Belcentes la desposaba sólo para no perder su posición como príncipe heredero, Garpa se casó ilusionada. Y, al principio, todo pareció darle la razón. Si no enamorado, Belcentes al menos era atento y gentil con ella. Garpa no tardó en descubrir que el príncipe no poseía un carácter fuerte, que procuraba evitar los enfrentamientos, y era perfectamente feliz si las cosas transcurrían sin sobresaltos. Al parecer, tomar como esposa a una mujer a la que sus padres no aprobaban era a lo máximo que Belcentes podía llegar en cuanto a imponer su voluntad, aunque, por lo visto, su ambición de ser rey era con mucho la pasión más poderosa en él. Garpa tendría tiempo de comprobar su error de cálculo.

Sin embargo, los primeros años de convivencia no pudieron ir mejor. Garpa estaba convencida de que, si ella había experimentado alguna vez la felicidad, había sido en aquellos escasos tres años desde sus esponsales hasta el nacimiento de su segundo hijo. Porque entonces, el viejo rey murió, Belcentes ascendió al trono de Kynán, y la vida de Garpa cambió para siempre.

El cambio no vino sólo porque ahora ella era la reina, sino, sobre todo, porque Belcentes se convirtió prácticamente en un desconocido. Casi el mismo día de la coronación, hizo traer a los hijos de Heusa a vivir a palacio, y Garpa tuvo que soportar la humillación de que se criaran y educaran junto a sus propios hijos. Aunque no fueran más que unos niños (Domusal, el mayor, apenas tenía 12 años), no pudo evitar odiarlos tanto como a su madre. Belcentes no se atrevió a traer también a Heusa, pero no hizo falta. Garpa sabía bien que el rey iba a verla a menudo, y jamás volvió al lecho de la reina.

Ni siquiera cuando Heusa murió tras larga enfermedad, recuperó Garpa a su esposo. Primero, la inmensa pena que le causó la muerte de su única amada casi le hace perecer también a él. De nada le sirvió a Garpa acudir solícita a consolarle. La apatía que le caracterizaba se agudizó. Garpa tenía la sensación de que la culpaba a ella, cuando él mismo había elegido dejar a Heusa para ser rey. No obstante, Garpa ganó algo. No consiguió que Belcentes regresara a su lecho, pero sí que, dada su debilidad de carácter, se apoyara en gran medida en ella para afrontar el difícil oficio de reinar. La gente adoraba a Belcentes, le llamaban ─el justo─, porque su largo reinado había supuesto un periodo de paz y prosperidad para su reino. Qué poco sabían quién llevaba verdaderamente el timón.

Sin embargo, a Garpa no le importaba que el rey se llevara la gloria, porque sentía que ayudarle a gobernar era su deber. Por eso también creía que, en justicia, el trono debía ser para su hijo, no para el de ─ella─. Con seguridad, podría hacerle ver a ese anciano testarudo que era Ris, que ella tenía razón. Justo en ese momento, sonaron unos discretos golpes en la puerta.

Garpa se sorprendió de ver que no era Voro con el Venerable quien estaba al otro lado de la puerta. Mientras su sonrisa se ensanchaba, como siempre que la veía, la reina hizo pasar a la antecámara a su muy amada hija.

─Nará querida. No te esperaba tan pronto─ Exclamó encantada, abrazando a la otra mujer. Nará, hija mayor de Belcentes y Garpa era incluso más alta que su madre. De figura tan delgada y elegante como la reina, a quien, según muchos, incluso superaba en belleza, sus rojos cabellos y ojos verde azulados, la asemejaban, sin embargo, inequívocamente a su padre. Aunque iba ataviada con la sencilla túnica azul claro de las Doncellas de la Luna y llevaba el cabello cubierto con un velo, sin joyas ni adorno alguno, su belleza seguía deslumbrando a los hombres, que, con frecuencia, olvidaban su elevado y sagrado rango de Primera Doncella. Correspondió al abrazo de su madre con el mismo afecto, aunque su semblante permaneció más sereno.

─Afortunadamente, ya me hallaba preparada para venir para las ceremonias de La Llegada, cuando tu enviado arribó a la isla. Como tu mensaje decía que urgía mi presencia aquí, he venido con él en su pequeña embarcación para ir más rápido. Y bien, madre ¿Por qué me has llamado con tanta prisa, sin poder esperar a verme dentro de dos días?─

─Él no aguantará dos días, me temo. Es una suerte que ya estés aquí. Ojalá tu hermano pueda también llegar antes de que sea demasiado tarde ─

─¿También has hecho llamar a Andamar?─ Nará preguntó sorprendida. ─Y ¿a qué te refieres con que él no tiene dos días? ¿Quién…?─ Nará no acabó la pregunta, pues su madre ya la tomaba de la mano, guiándola hacia la alcoba real. Se hizo entonces la luz en su mente. ─¿Padre? Pero las noticias de los mensajeros decían que estaba completamente repuesto de su enfriamiento del pasado invierno…─ Garpa se detuvo un momento. Se volvió para mirar a su hija, y le apretó ambas manos entre las suyas.

─Yo hice correr esa noticia para ganar tiempo. Lo cierto es que vuestro padre está muy próximo a reunirse con los Antepasados. Os he hecho llamar a ti y a Andamar para que podáis despediros, y para que entre los tres nos preparemos lo mejor posible para lo que ha de venir─

─Pero, si padre se encuentra ya tan cercano a abandonar este mundo, todos sus hijos deberíamos estar junto a él. Has llamado también a nuestros hermanos ¿verdad?─ La expresión de Garpa se endureció. No podía evitar que sus hijos hubieran congeniado con los hijos de Heusa, pero no podía permitir que una debilidad sentimental arruinase sus planes. Andamar y Nará seguramente se lo tomarían mal, pero acabarían por comprender que era lo mejor. Ella se encargaría de que así fuera.

─No. Sólo nosotros tres hemos de estar presentes. El futuro de nuestra familia, y de todo el reino, depende de ello. Te lo explicaré y lo entenderás─

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