EL DESTINO DE LOS REINOS: Tercera entrega de la saga «Señores Del Mundo»

portada de EL DESTINO DE LOS REINOS de Yolanda Corona

En esta tercera entrega de la serie SEÑORES DEL MUNDO, Yaluc regresa después de su aventura al otro lado de Las Montañas Blancas. Pero ya no es el mismo. Regresa transformado a un mundo que ya ha empezado a cambiar también. Los acontecimientos vividos más allá de las montañas le han hecho descubrir su destino, del que depende el destino de todos los reinos.

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Prólogo

El viento del norte sopla frío e inclemente, trayendo densas nubes que van cubriendo toda la ciudad desde el mar. El invierno ya se despliega en toda su fuerza. Aunque al rey que se asoma a la galería no le hace falta ver las nubes amenazadoras de lluvia, quizá incluso nieve, para llegar a esa conclusión. Él sólo necesita prestar atención a sus huesos que cada vez se quejan más dolorosamente de la humedad y el frío.

Si Andamar tenía hasta entonces motivos para sentirse abatido tras su regreso a Taros después de los desdichados acontecimientos del año anterior en Shimma, ahora se habían unido muchas más razones para su tristeza.

El alivio que supuso romper el cerco sobre la capital de Midum, permitiendo a Naadur acudir de regreso a Kynán en auxilio de Yaluc, se había tornado en una nueva desgracia, la peor de todas. Porque el príncipe heredero no sólo no había podido rescatar a su hermano, sino que yacía malherido tras un nuevo enfrentamiento contra Menetir lejos de Taros, incluso fuera del reino.

Estar tan lejos de su hijo hace el sufrimiento de Andamar más intenso. Su primer impulso al enterarse de que Naadur había resultado gravemente herido fue acudir a su lado. Pero muy a su pesar, ha tenido que escuchar las advertencias de sus consejeros, y muy especialmente de su madre, para no moverse del Palacio de Las Nubes. Muerto el pequeño Sikander, desaparecido, y probablemente muerto también Yaluc, y herido Naadur, el trono de Kynán está más en peligro que nunca. No es pues prudente que el rey se ausente del reino. Ahora que él ha sido incluso coronado Señor del Mundo, es cuando su situación se muestra más precaria.

Todos los días acude al amanecer al templo de Nin para acompañar las plegarias de los sacerdotes, y luego puntualmente ofrece un sacrificio al dios para que permita vivir a Naadur. Porque si su único hijo muere todo el esfuerzo realizado hasta entonces no habrá valido para nada. Toda la sangre y las muertes de esta interminable guerra serían inútiles. Él tendría que volver a empezar. Construir todo de nuevo. Sabe que es su deber. Que su madre no dudaría ni un momento en exigírselo.

Pero Andamar nunca se ha sentido tan falto de energía como ahora. Y no es sólo por su cada vez más débil salud. Quizá haya llegado el momento de desistir. Darse por vencido. A lo mejor él nunca debería haber sido rey, después de todo, y debía entregar el trono a su sobrino. Esos pensamientos, claro está, implican la más alta traición a su deber como rey. Por eso suplica al dios, y ha enviado órdenes específicas a todos los templos de todos sus reinos y señoríos para que hagan lo mismo.

¿Y cómo se ha llegado a esta situación? Andamar medita sobre los últimos acontecimientos mientras las primeras gotas gélidas le resbalan ya por la cara. De momento no se mueve. Permanece como una estatua mirando hacia el lejano y desconocido horizonte del norte.

PRIMERA PARTE

1:

Cuando todo se derrumba

Naadur no perdió el tiempo. Apenas se detuvo en Taros para ponerse a la cabeza de los refuerzos que su padre había podido reclutar exigiendo a los grandes señores mayor compromiso después de que su hijo, el príncipe heredero, hubiera salvado una vez más el reino. Acto seguido, partió en dirección sureste hacia la región donde Yaluc había estado combatiendo a los rebeldes de Agón y a los bárbaros desconocidos.

No le importó marchar bajo la lluvia por caminos embarrados. Sólo podía pensar en cuántas veces su querido hermano adoptivo le había salvado la vida, y que él no había estado a su lado para devolverle el favor cuando estuvo más necesitado.

Para no perder tiempo, se adelantó al frente de la caballería que se desplazaba más rápido en aquellas condiciones. Quería llegar cuanto antes al campamento de los hombres de Yaluc en Torres Blancas para que le informaran de todos los detalles de la desaparición de su amigo. Tenía la seguridad de que alguien había fallado en su deber para con el príncipe Yaluc. Y estaba dispuesto a hacer rodar las cabezas necesarias.

A medida que se acercaba a la llamada Aldea del Roble Partido, principal población del señorío de su hermano, se le presentaban con más claridad las horribles consecuencias de las correrías de los rebeldes y de los bárbaros. Abundaban las casas en ruinas, los bosques quemados, y los campos de labranza abandonados, convertidos ahora en lodazales salpicados de charcos. Apenas se cruzó con gente. Y los pocos habitantes que vio parecían espectros flacos y tristes.

La atmósfera en el castillo de Las Torres Blancas era igual de lúgubre. Los soldados de Yaluc evitaban su mirada. Pero quien sí se la sostuvo fue Lahón, aquel esclavo que Yaluc se empeñó en liberar, y que ahora era su caballerizo mayor.

─Sé bienvenido, príncipe Naadur.

Dijo un oficial.

Mientras, Naadur no podía dejar de mirar aquellos ojos castaños del loggi, fijos en él.

Desmontó, y entregó las riendas de su caballo a uno de los soldados que estaban acompañando al oficial. Lahón hizo ademán de ir a cogerlas, pero Naadur le detuvo.

─No. Deja que el soldado se encargue de mi caballo. Quiero hablar contigo. Te llamas Lahón ¿verdad?

─Así es, mi señor príncipe.

Por algún motivo, a Naadur esas palabras no le sonaron tan respetuosas como parecían. Él no era tan intuitivo como otros, pero estaba bastante claro que aquel loggi no sentía demasiado aprecio hacia él.

─Sé que eres hombre de confianza de mi hermano. No ha llegado mucha información a Taros de lo sucedido. Quizá tú puedas darme más.

─Por desgracia, yo no estaba con el príncipe Yaluc. No soy soldado. Pero hay dos que regresaron de la expedición. Yo no sé sus nombres, pero el capitán de la guarnición del castillo se los llevó al campamento.

Naadur miró entonces al capitán, el mismo oficial que le había dado la bienvenida.

─Ordena que traigan a esos hombres a mi presencia. Y mientras llegan, ponme al corriente de lo que te contaron

Tras desprenderse de su empapado manto, se sentó frente al fuego. El capitán se colocó muy erguido frente a él, a la espera de su permiso para hablar.

─Adelante capitán ¿Qué le sucedió a mi hermano?

─Los hombres sólo han podido contar que el campamento fue atacado por sorpresa durante la noche. Unos desconocidos mataron a los centinelas que guardaban la tienda del príncipe, entraron, y se lo llevaron.

─Los soldados lucharían en defensa de su general ¿no?

El capitán tragó saliva, y removió los pies, inquieto. Era evidente que le costaba mantener la escrutadora mirada de Naadur. Pero no podía apartar la suya sin permiso.

─Sí, claro, mi señor. Hubo lucha. Cuando nos acercamos al campamento, hallamos a todos los que allí había, muertos. Pero ya no había modo de saber hacia dónde se habían llevado al príncipe Yaluc. Ha estado lloviendo sin parar durante días, y ya las huellas se habían borrado.

─Durante días, dices. Pero entonces ¿cuándo sucedió el ataque?

─Hace casi tres semanas, mi príncipe.

─¡Tres semanas! Incluso con los caminos embarrados se puede llegar desde aquí a Taros en tres días ¿Por qué no fue mi padre el rey informado inmediatamente? ¿Y cómo es que, si en el campamento todos murieron luchando, esos dos sobrevivieron? ¿Acaso huyeron en lugar de cumplir con su deber? Sí eso es lo que sucedió, y tú no has informado ni castigado a esos hombres como merecen, ellos y tú lo seréis con toda la severidad, no lo dudes. Pero, primero quiero hablar con esos cobardes, para que me cuenten todo lo que vieron.

Naadur no andaba muy errado al sospechar que Lahón no le quería bien. Sin embargo, no se trataba de simple animosidad, como creía el príncipe. Lo que Lahón sentía eran celos. Por supuesto, sabía bien que la relación de Yaluc con Naadur no era como la suya, pero saber que, a pesar de todo, Yaluc anhelaba que su amor por el otro príncipe se viera correspondido le producía un sufrimiento que nunca había conocido. Él había crecido entre loggi que aún conocían y respetaban las creencias y costumbres ancestrales de su gente. Ellos eran libres para emparejarse con quien quisieran. Sabía que estaba mal sentir lo que sentía. Pero como no podía evitarlo, le dominaba la angustia ¿Qué pensaría su amado Yaluc de él si lo supiera?

Hasta ese momento había sido capaz de dominar sus sentimientos, porque después de todo, Yaluc estaba con él, no con Naadur. Pero ahora, era muy posible que nunca volviera a verle, y sentía resentimiento hacia Naadur por cada minuto que había mantenido a Yaluc lejos de él.

Se regodeaba en sus sentimientos a solas en el dormitorio de su amado, ése que tantas noches él había visitado para gozar de su amor. Sentado en el suelo, según la costumbre de su pueblo, abrazaba el zurrón donde Yaluc guardaba los libros que le dictara Zesera. Acariciaba la gastada piel de aquel objeto tan querido para Yaluc. Ojalá pudiera él leer aquellos preciosos rollos.

Por supuesto, siendo Yaluc como era, había querido enseñarle a leer, como hizo con Mores. Pero Lahón nunca había sentido el deseo ni la necesidad. Ahora se arrepentía. La puerta se abrió de pronto, y un soldado entró en la habitación.

─El príncipe quiere hablar contigo. Más vale que no le hagas esperar.

Dijo.

Y volvió a salir sin más.

Lahón estaba acostumbrado al trato brusco y desagradable de los valate. Dejaban bien claro que no les gustaba que un loggi tuviera una posición tan destacada en casa de un príncipe de Kynán. Eso nunca le importó cuando estaba Yaluc. Pero una vez más, fue bien consciente de que todo había cambiado porque su príncipe a esas horas podía haber regresado a la Madre, o sus captores podrían haberle llevado lejos, a un lugar desconocido. Tanto daba, pues en ambos casos, él nunca volvería a verle.

Naadur seguía sentado frente al fuego cuando Lahón entró en aquella estancia. El semblante del príncipe era sombrío. Miraba ausente las llamas. Pero volvió la cabeza para mirarle en cuanto entró, antes de que el soldado anunciara su presencia. Al verle, el rostro del príncipe adquirió un gesto mucho más amable. Y Lahón sintió un profundo dolor, pues en ese momento, Naadur se parecía tanto a Yaluc. No obstante, se sobrepuso. Había ganado mucha práctica en disimular sus sentimientos mientras fue esclavo.

─¿Me has llamado, mi señor príncipe?

─Así es. Retírate soldado.

Ordenó el príncipe.

Y el soldado abandonó la estancia.

─Sé que estás muy unido a mi hermano, y le aprecias sinceramente. Por eso, voy a compartir contigo la información que he recabado. Algunos hombres de esta guarnición traicionaron de la peor manera la confianza de mi querido hermano. Un par de soldados tuvieron demasiado miedo para luchar en su defensa, y huyeron. Pero en lugar de al menos buscar ayuda, permanecieron escondidos viendo como Yaluc era sacado por la fuerza de su tienda, y secuestrado. Cuando regresaron a la guarnición, el capitán no dio aviso, ni los castigó por su comportamiento. Acabo de saber que uno de ellos es el hijo del capitán. Pero, no te preocupes, los tres han sido apresados, y recibirán el merecido castigo por su traición.

─Pero mi señor…

Lahón intervino, sin esperar el permiso de Naadur para hablar.

Al percatarse se interrumpió. Sin embargo, Naadur hizo un gesto con la mano, animándole a continuar.

─Bueno, sólo quería decirte que ya conocíamos el secuestro. Los soldados volvieron diciendo a todos que un grupo de desconocidos se había llevado al príncipe Yaluc.

─Cierto. Pero cuando los interrogué conseguí que me narrasen con detalle lo sucedido. Tenían más información de la que revelaron en principio.

─¿Qué información? ¿Saben quién se lo llevó o a dónde?

─No tanto, por desgracia. Pero contaron que no se trató de un ataque de esos misteriosos bárbaros del este, como habían dicho en principio. Había bárbaros, sí. Pero estaban a las órdenes de un mercader de esclavos,

─¿Yaluc esclavo?

A Lahón se le quebró la voz, y sus ojos se humedecieron.

─No temas. Conociendo como conozco a mi hermano, en cuanto haya tenido la menor oportunidad de hablar, habrá intentado convencer al mercader de lo erróneo de su conducta. No me sorprendería que consiguiera hacerle desistir de ella. Pero sea como fuere, los soldados han dado toda clase de señas del individuo, y la dirección que tomó la caravana. Mi intención es partir en cuanto amanezca, y seguir esa ruta con un grupo selecto de mis hombres. Además, mandaré también enviados a Midum y Esterria para averiguar quién es ese tratante.

─¿Me llevarías contigo en tu expedición? Por favor, mi señor.

─No

Dijo Naadur.

Pero enseguida sonrió para atenuar la dureza de sus palabras.

─No te he llamado sólo para informarte. Mi hermano confía en ti. Y desde luego, ya se ha visto que aquí no abundan los hombres en quienes se pueda confiar. En nombre de mi hermano, te nombro mayordomo mayor de este castillo. Y te encomiendo que guardes y protejas los intereses de Yaluc. No se me ocurre nadie que lo pueda hacer mejor en su ausencia.

─Para mí es un honor. Pero, yo sólo sé de caballos, mi señor. Además, soy loggi ¿Cómo voy a dar órdenes a valate? Apenas soportan mi presencia aquí.

─Descuida. Los traidores ya están a buen recaudo. Y los demás habrán de cumplir con su obligación, o responderán ante mí.

Lahón regresó muy pensativo a su dormitorio. Aunque no pudo permanecer allí mucho tiempo, ya que no tardaron en llamar a su puerta los criados y empleados del castillo pidiéndole indicaciones.

Así que, sin estar del todo convencido, comenzó por hablar con los criados de la cocina, encargándoles preparar una cena lo más digna posible para el príncipe Naadur y sus capitanes. Para su sorpresa, todos le obedecieron sin rechistar. No cabía duda, el príncipe Naadur había hablado ya con todos ellos.

Naadur también se retiró a descansar antes de la cena. Pero apenas tuvo tiempo de desvestirse y echarse en el lecho, pues llamaron a la puerta con insistencia, y uno de los soldados de su guardia personal apareció ante él.

─Disculpa mi señor que interrumpa tu descanso. Pero es que ha llegado al castillo un loggi que dice venir en nombre de los suyos, y exige hablar contigo. Por supuesto, ya le hemos hecho saber lo inadecuado e insolente de tal petición. Pero asegura no temer a ningún castigo. Y se ha atrevido a amenazarte, mi señor.

─¿Amenazarme?

Por el momento, Naadur sentía más curiosidad que indignación ante esta sorprendente circunstancia.

─Sí. Dice ser amigo del príncipe Yaluc, y que, si no le recibes, lo lamentarás ¿Qué hacemos con él, señor?

─Decidle que aguarde frente al fuego. Sin duda, ha de estar empapado y aterido, si acaba de llegar.

El guardia se retiró meneando la cabeza, aunque se libró mucho de hacer comentarios. Naadur miraba por la ventana, por donde ya sólo se veía oscuridad. La noche había caído, y con ella, la lluvia y el viento arreciaban.

Cuando entró en la sala, donde los criados ya habían encendido numerosos candeleros y avivado el fuego en la chimenea, se llevó una gran sorpresa. En medio de la estancia, un hombre que había estado mirando las llamas, se giró para mirarle. Naadur nunca le había visto antes. Pero inmediatamente supo quién era.

─Saludos príncipe Naadur. Soy Mores, sobrino de Dilmala y hermano de Derina, a las que tú conoces…

El rostro de Naadur se iluminó con una amplia sonrisa. Y sin ninguna ceremonia, se acercó al loggi, con la intención de abrazarle. Sin embargo, el absoluto desconcierto en la cara del otro hombre le hizo detenerse apenas a un paso de él. Mores era considerablemente más bajo que Naadur, y aunque el príncipe sabía que también era más joven, su aspecto no era desde luego el propio de su edad. Estaba terriblemente delgado. Su cara era poco más que piel sobre su calavera. Aun así, a Naadur no le costó ver el parecido con su hermana y su tía. Su cabello se veía prematuramente escaso y gris. Sus ropas no tenían mejor aspecto. Y se apoyaba pesadamente en una tosca muleta hecha con una rama. Naadur recordó que el joven era cojo, circunstancia que sin duda se veía empeorada por su lastimoso estado general. Sin embargo, Naadur no se atrevió ni por un momento a sentir lástima por él. Pues los oscuros ojos le taladraban. En ellos, vio el mismo fuego que en los de Dilmala.

─Sé quien eres. Yaluc me habló de ti. Créeme, me alegra mucho conocerte al fin, aunque veo que tus circunstancias no son las mejores.

Naadur cuidó sus palabras. Como príncipe y general victorioso, sabía reconocer y respetaba a un hombre orgulloso.

─No tengo tiempo de lamentarme por mis circunstancias. La gente en cuyo nombre vengo está incluso peor. Entre los rebeldes de Agón y los bárbaros han sembrado de muerte y destrucción muchas aldeas, campos y pueblos. La gente de mi aldea me eligió para hablar en su nombre, y a ellos se les han unido muchos otros, víctimas también.

─De modo, que se trata de una visita oficial.

─Así es. Mi intención era venir a hablar con el príncipe Yaluc. Pero de camino, supe que él también ha caído por culpa de Agón.

Mores bajó los ojos, y su determinación pareció flaquear por unos instantes. Naadur recordó lo unidos que él y Yaluc habían estado. El loggi se recobró enseguida, y volvió a mirarle con la misma intensidad.

─Me dijeron que estabas aquí. De modo, que te diré lo que tenía pensado decirle a él, aunque tu corazón no se incline como el suyo por mi gente.

─No creo haberte dado motivos para que me ofendas. Tú no conoces mi corazón. Habla.

Naadur dijo en tono severo.

En los ojos de Mores hubo un leve y fugaz destello. Quizá su fachada no era tan impenetrable después de todo.

─No pretendía ofenderte. Y te ruego me disculpes si lo he hecho. Pero es que no quiero que me interpretes mal. No pretendo conocerte, ni saber cómo piensas. Pero eres un príncipe valate, y no puedes dejar de serlo como yo no puedo dejar de ser quien soy.

Hizo una pausa para acomodar algo mejor su peso sobre la muleta. Naadur se sintió conmovido, pero nuevamente se abstuvo de ofrecerle sentarse.

─Sé muy bien que el principal culpable de todo lo que está pasando es mi tío Agón. Pero quiero que sepas que ni yo ni mi gente le apoyamos. Yo nunca lo hice, ni antes de que hiciera asesinar a mi familia, ni por supuesto ahora. No le temo, ya no me puede quitar nada más. Pero no te confundas, príncipe Naadur, aunque mi gente no está con Agón, tampoco pensamos permitir que las cosas sigan como hasta ahora. Tu padre, el rey, nos obligó a vivir en estas aldeas, separados de los valate. Pero aseguró que él era también nuestro rey, y velaría por nosotros.

─No voy a justificar las leyes de mi padre ante ti.

─No es eso lo que espero que hagas. He venido a informarte de que los loggi ya no permaneceremos pasivos aguardando ser sacrificados como los animales que ofrecéis a vuestros dioses. Tú sabes que no somos guerreros. Pero conocemos estas tierras y bosques mejor que nadie. Y en este momento, te doy mi palabra de que, si el rey de Kynán no nos proporciona un hogar seguro para vivir en paz, la paz se habrá terminado por nuestra parte. No es mi deseo, pero no me echaré atrás. Tú eres inteligente. Te ruego que medites sobre lo que he dicho, y que nos tomes en serio, pues así es como te he hablado.

─Soy un general victorioso porque nunca menosprecio las amenazas de ningún enemigo. Ni siquiera cuando no deseo que lo sea.

─Yo tampoco lo deseo.

Mores habló con total sinceridad.

Su mirada había perdido la mayor parte de su dureza al ver la actitud del príncipe. Naadur se relajó también y volvió a sonreír.

─Te doy mi palabra, si es que te sirve, de que procuraré arreglar esta situación.

Mores sonrió también, y su rostro rejuveneció considerablemente.

─Desde luego que me sirve. Yaluc siempre decía que eres noble y justo, y yo no lo pongo en duda.

─Bien. Pues ahora que ya somos amigos, me permitirás invitarte a compartir la cena. Y de paso, me gustaría que me pusieras al corriente de todo lo que ha estado sucediendo por aquí.

Aunque la cordialidad de Naadur era sincera, y la atmósfera entre los dos hombres había mejorado mucho, la cena no fue un acontecimiento agradable del todo.

Mores relató al príncipe todo lo sucedido desde que su tío había regresado en mala hora al frente de aquellas hordas de gentes que, según él, venían del otro lado de las Montañas Blancas. Al igual que le sucediera a su padre al enterarse, Naadur también se sorprendió, pues como el rey creía que no habitaban bárbaros tan al norte.

Sintió tristeza e indignación al conocer las fechorías que habían cometido, sobre todo, los crueles asesinatos de la compañera y el hijo de Mores. Éste le contó además que su madre, hermana y tía se encontraban también desaparecidas. Entonces Naadur le interrumpió.

─De modo que te encontraste con Dilmala.

─En realidad no, desde que ella viajó a Taros en busca de Yaluc. Sólo supe que había estado en La Aldea del Roble Partido, donde se refugiaba mi madre con algunos parientes. Pero las dos desaparecieron, y nadie sabe nada de ellas.

Estas noticias aumentaron mucho la angustia que Naadur sentía ya. Pues, a la desaparición de su hermano, se sumaba la de Dilmala, y ellos dos eran los únicos que conocían el escondite de su hijo ¿Qué pasaría si no volvía a encontrarlos? ¿Volvería a ver a su hijo y heredero? Ahora estaba más decidido que nunca a partir en busca de su hermano. Haría interrogar con toda la dureza que hiciese falta a cada tratante de esclavos, mercader o buhonero de Midum, Narvaly o Esterria,

Durante la cena, no le pasó desapercibido el mutuo interés que parecían mostrar Mores y Lahón. Sin duda, ambos eran bien conscientes de lo inusual de que un loggi se sentara a la mesa con un príncipe valate, y que otro loggi dirigiera a los criados que la servían. De modo, que decidió presentarlos. Al fin y al cabo, ambos tenían en común su amor por Yaluc.

Tal y como había decidido, al amanecer del día siguiente, se puso en marcha con un grupo de sus mejores hombres. Había obtenido de los traidores una fiel descripción del camino que Yaluc recorrió hasta instalar su campamento. Éste se encontraba a cinco jornadas hacia el este.

Después de comprobar que, en efecto, allí no quedaba nada que le sirviera de orientación, comprobó desolado que la dirección que los soldados dijeron ver que los secuestradores tomaban, era un camino directo hacia las Montañas Blancas, que desde allí se apreciaban apenas, envueltas en la niebla.

Sin embargo, aún no se rindió. Tomaron aquel camino, y lo siguieron durante un día entero. Naadur tenía la esperanza de que aquella gente simplemente hubiera buscado un lugar apartado para acampar, y esconderse de los que fueran en busca del príncipe. Para partir después hacia alguno de los ricos reinos donde los tratantes hacían sus negocios. En su fuero más íntimo, Naadur sabía que esta esperanza era demasiado débil ¿Qué necio se atrevería a comprar a Yaluc como esclavo? Todo el mundo a lo largo y ancho de los reinos sabía quien era, incluso sin haberle visto nunca.

Tras largas horas de marcha por caminos cada vez más abruptos bajo la lluvia, sus esperanzas murieron y estuvo seguro de que aquel mercader quienquiera que fuese, se había llevado a Yaluc al otro lado de las montañas. Entonces, le invadió la más absoluta desolación. No estaba preparado para hacer una incursión en aquellas tierras desconocidas. Desde luego, no con un puñado de hombres, sin mapas ni guías, y con el más absoluto desconocimiento de lo que se podría encontrar al otro lado de aquellas cimas.

Detuvo la marcha para pasar la noche en un lugar algo más resguardado. Y al alba, ordenó el regreso al castillo de las Torres Blancas.

El grupo de hombres que acompañaban al príncipe heredero parecía más un cortejo fúnebre a su llegada al castillo. Y aún no habían terminado los contratiempos para Naadur. A su llegada fue informado de que le esperaba un enviado de su padre el rey. Al verle, se sintió desconcertado por un momento, pues el hombre llevaba las vestiduras típicas de un narvaliense, y en ellas estaban bordados los emblemas de la reina Zodrim.

─¿Mi padre me envía a un narvaliense?

─Es la reina Zodrim quien me envía mi señor. Pero ella te creía en Taros tras tu salida de Shimma. Por eso, me envió allí a buscarte. Tu padre me dirigió hacia este castillo.

─Por los dioses. Cuando me fui, dejé a Damosén al cargo de la ciudad, y una guarnición bien armada para que se enfrentaran a Menetir, si volvía a atacar. Sus ejércitos habían quedado bastante debilitados durante su lucha contra los de su hermano.

─Desconozco el daño que Enekhal hizo a Menetir. Cierto que no volvió a atacar Shimma, y que tus hombres le persiguieron. Pero en vez de regresar a Agazu para recomponerse, él aniquiló al ejército de su hermano, y le hizo prisionero. Quizá a estas horas ya le haya hecho matar. Él persiguió al ejército derrotado de Enekhal, y entró en Esterria. Allí ha contado con la ayuda de algunas facciones contrarias al rey Tesimandro. La regente huyó con el rey niño para evitar que Menetir lo apresara. Pero su ejército los ha alcanzado en una fortaleza cerca de la frontera de Narvaly, donde se refugiaron, y los tiene sitiados. La regente consiguió enviar un mensaje a mi señora la reina Zodrim, y ella te envía esta carta.

Naadur leyó la breve misiva de la reina de Narvaly. Como ya suponía por lo que el enviado le había contado, en ella le exigía que hiciera honor al tratado que habían firmado junto con Enekhal cuando se unieron para ayudarle contra Menetir. Ahora era Marusene quien necesitaba su ayuda, y Zodrim añadía que, si Menetir eliminaba al rey de Esterria, a continuación, iría a por ella.

Era hora de que Naadur devolviera a Enekhal el favor que este le hizo parando a su hermano.

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1

Khumi

Se tomó un momento para contemplar la espléndida ciudad iluminada por el sol de la mañana. Ayusha ofrecía un espectáculo magnífico desde la cubierta del pequeño barco. También aprovechó para disfrutar sus últimos momentos de verdadera libertad quién sabe hasta cuándo. No se le escapaba la ironía de la situación. Él, que no hacía tanto tiempo viajaba a bordo de lujosos navíos más adecuados a su elevado rango, llegaba ahora hasta el bullicioso puerto de la capital de Esterria a bordo de un humilde barquito que transportaba un cargamento del preciado vino de Midum.

Y eran sus últimos momentos de libertad porque en cuanto pisara tierra recuperaría su verdadera identidad muy a su pesar. Cuánto le gustaría poder seguir siendo Khumi. No pudo evitar sonreír como siempre que pensaba o pronunciaba esa palabra. Ése era el apodo que le pusiera su querida nodriza loggi. Se supone que en su lengua significaba “inquieto” o “travieso”, lo que cuadraba muy bien con su personalidad. Aquella mujer había sido la nodriza de los tres hijos de Domusal Damoy y su esposa Kai, pero Enekhal se sentía muy orgulloso de haber sido con mucho el favorito de Cerala. Incluso a pesar de que la mujer pasase mucho más tiempo con Nusi por ser chica. A Enekhal no le avergonzaba seguir visitándola cuando ya era un muchachito que recibía entrenamiento militar junto a su hermano mayor, igual que tampoco le avergonzaba haber usado ese apodo infantil durante los últimos meses, casi un año, desde que dejó el reino de Narvaly.

No le importó la opinión de los demás, ni sus burlas por lo tonto del nombre. Ese nombre le había dado una libertad que jamás había conocido y que, con toda seguridad, iba a echar de menos. Pero ya no podía seguir con su despreocupada vida de los últimos meses. Las cosas habían cambiado, y aún cambiarían más.

Cuando salió de Narvaly no tenía nada previsto, tal y como le dijo a Zodrim. Se dirigió a Midum porque le pareció un lugar suficientemente seguro para pasar el tiempo de su destierro. Desde que Zodrim accedió al trono, se concentró en la recuperación de su propio reino tan golpeado por la plaga y la invasión de Menetir, mientras dejaba a un lado todo lo relativo a Midum. La verdad es que ese reino que su hermano Netyk tan caprichosamente se había empeñado en conquistar, para ella era un dolor de cabeza más que otra cosa. Encargó el gobierno a nobles de su confianza, e intentó desentenderse. No era fácil, pues el débil gobierno hizo renacer las antiguas aspiraciones de los rebeldes Sum y otros grupos. Midum era un reino bastante caótico, lo que a Enekhal le convenía mucho para ocultarse.

No tenía planes definidos. Le vino la idea de camuflarse como una inspiración. Por eso decidió usar su apodo de niño. Para no tener que dar demasiadas explicaciones a nadie, abandonó su imagen inconfundible de príncipe valate. Se afeitó su rubia barba al estilo de lo que hacían los hombres de otras naciones. También se recortó los largos cabellos, y adoptó la vestimenta popular de las gentes de Midum. Por sus dorados bucles, ojos azules y piel clara, la gente siempre suponía que era extranjero, pero él se cuidó mucho de no revelar su exacta procedencia. Durante su periodo como gobernador de Midum, había perfeccionado bastante su conocimiento de la lengua midummita, y era la única que utilizaba.

Como era hábil e ingenioso, no le costaba encontrar trabajos de lo más variado. Cuando en algún lugar la gente comenzaba a hacer demasiadas preguntas sobre su origen o identidad, simplemente cambiaba de lugar. A propósito, decidió no vivir en la capital, pues allí podría haber quien le reconociera de su época de gobernador, incluso tras su cambio de aspecto. Enekhal había disfrutado de verdad ese periodo de vida tan aventurera. Le había permitido aprender infinidad de cosas y vivir mil experiencias, lo que siendo un príncipe nunca le habría sido posible. Al final iba a tener que agradecerle a su tío Andamar haberle desterrado de Kynán, destierro del que aún le restaban 16 años.

Pero, para su desgracia, su primo Naadur había reconquistado Midum, y él ya no estaba seguro allí. Su tío el rey Andamar le había permitido vivir en Narvaly mientras cumpliera los términos de los tratados de Ayusha. Pero Narvaly era un reino independiente. habría estado seguro allí si no cruzaba la frontera de Kynán, cosa que había hecho, si bien involuntariamente, pues tras la reconquista de Naadur, Midum era ahora de nuevo parte del reino de Kynán. Por eso, él tenía que huir, y esta vez, sí eligió deliberadamente a dónde ir. Durante su estancia en nombre de su padre en Esterria, y después, durante la conferencia de paz, había hecho buena amistad con la corte del país. Incluso el reticente Tessino acabó por mostrarse amistoso con él. Solicitaría asilo en Ayusha. Desde luego, había lugares mucho peores en los que exiliarse.

Al mismo tiempo que Enekhal arribaba al puerto de Ayusha, el victorioso ejército de Naadur el Intrépido avistaba por fin las murallas de Taros. Qué diferente había sido su marcha de regreso de Midum a la que hicieran unos meses antes en sentido contrario. Las noticias de la brillante reconquista de Midum por parte del príncipe habían viajado veloces por todo el reino, y allá por dónde pasaban los señores grandes o pequeños los salían al encuentro para invitarles a sus heredades o castillos, ofreciéndoles toda clase de agasajos. De pronto, parecía que las terribles huellas de diez años de guerra y de la plaga habían desaparecido. Los campesinos que poco antes huían de sus campos salían ahora al borde de los caminos a saludar y vitorear al valiente y apuesto príncipe Naadur por su triunfo.

Naadur estaba encantado. Disfrutaba como un niño de todos aquellos halagos y homenajes. Por supuesto, como era habitual en él, Yaluc veía más allá de la música y el oropel. No podía olvidar el daño que las leyes de Andamar estaban haciendo a sus amados loggi. Se preguntaba qué estaría planeando Agón. No habían tardado en darse cuenta tras la marcha de aquel grupo, de la disminución en el número de armas. Naadur no había querido hacer nada al respecto entonces, pues su objetivo principal era recuperar Midum, para lo que necesitaba contar con la sorpresa. Pero ahora Yaluc temía el castigo que su amigo, como general, fuera a imponer a los desertores. Sin embargo, incluso él acabó por dejarse llevar por la contagiosa alegría de Naadur. Ya habría tiempo para preocuparse.

Como ya tenían las murallas de Taros a la vista, todos querían acelerar la marcha, deseando llegar ya junto a sus familias, o a sus cuarteles a descansar. Naadur estaba tan impaciente como los demás. Pero no había forma humana de que pudiesen alcanzar la ciudad antes de la puesta de sol. De ninguna manera podían entrar en la capital del reino de noche, como vulgares viajeros. De modo que ordenó acampar. Apenas llevaban una hora instalando el campamento, cuando vieron acercarse a un jinete procedente de la ciudad. Era un heraldo del rey y los guardias le condujeron hasta donde se encontraba Naadur.

─Saludos mi príncipe─ Dijo el hombre en tono solemne. ─Te traigo un mensaje de tu noble padre, el rey Andamar─

─Ah, mi padre se encuentra ya de regreso en Taros.─ Naadur replicó alegre.

─ Sí mi señor. El rey retornó hace ya casi un mes, y aquí recibió como todos nosotros las maravillosas noticias de tu triunfo en Midum. Desea que te transmita su gran alegría y su satisfacción por tu hazaña. “Hoy soy el más orgulloso de los padres.” Fueron las palabras que me encargó que te dijera, mi señor.─

─Excelente. Imagino que debe de estar tan impaciente como yo por celebrarlo juntos. Ve y dile que con las primeras luces del amanecer nos dispondremos a entrar en la ciudad.─

─ Me temo, mi señor, que eso no podrá ser…─

─ ¿Cómo? ¿De qué estás hablando heraldo?─

─Tu padre quiere que esperes aquí hasta que terminen los preparativos para tu entrada triunfal.─ El hombre dijo con voz algo temblorosa, temiendo sin duda, haber incurrido en la ira de un príncipe, lo que nunca es buena idea, ni siquiera, aunque el príncipe sea el amable Naadur. Sin embargo, éste no tardó en aliviar la angustia del heraldo. Sin previo aviso, se giró y abrazó al desprevenido Yaluc, que estaba a su lado, comenzando a ejecutar con él una torpe danza consistente en dar vueltas, mientras reía, y decía encantado.

─ ¿Has oído Yaluc? Una entrada triunfal. Mi padre nos prepara una entrada triunfal ¿Sabes cuándo fue la última vez que sucedió eso?─  Un poco mareado, Yaluc logró desprenderse de su entusiasmado hermano adoptivo.

─Desde luego, hará mucho tiempo. En el templo estudiábamos la historia del pueblo valate. Pero he de confesar que las batallas no eran mi fuerte.─  Dijo Yaluc algo sombrío. Naadur se detuvo de pronto, y le miró más serio.

─ Por todos los Demonios del Abismo, Yaluc. Sé que no disfrutas siendo guerrero ¿Pero no podrías al menos alegrarte conmigo de nuestra victoria? Hemos vencido a Menetir y recuperado nuestra gloria. El rey de Kynán es de nuevo Señor del Mundo.─ Yaluc se le quedó mirando por unos instantes. Su semblante se suavizó.

─Te ruego que me perdones. No pretendo estropear tu celebración.─

─Nuestra, Yaluc. Es nuestra celebración. Yo no me olvido de lo que has hecho tú ni cada uno de mis hombres. Que te quede claro hermano.─ Yaluc lo tenía muy claro, por eso, entre otras cosas, estaba preocupado, por lo que pudiera pasarle a Agón y los suyos. Después de todo, era el hermano de Jaduma y Dilmala, que Yaluc sentía como su familia. Sin embargo, si era sincero consigo mismo debía reconocer que su mal humor no se debía sólo a la preocupación por sus amigos loggi.

Si la guerra había terminado, o al menos, iba a haber una nueva tregua, era algo magnífico. Pero eso también significaba su regreso a Taros, a la corte, y lo peor de todo, a su próximo casamiento. Aún faltaba más de un año, pero ¿Cómo podía estar él seguro de que el rey no le obligaría a relacionarse con su futura esposa? No le costaba mostrarse amable, incluso encantador con mujeres, era su carácter. Pero ninguna de las que había conocido hasta ahora estaba destinada a ser su esposa. No podría limitarse a ser amable. Tendría obligaciones ¿Sería capaz de fingir ser un prometido como los demás? Y si no lo conseguía, si ella o el rey se percataban de que algo no era como debía ¿Qué pasaría con él? ¿Seguiría Andamar considerándole su heredero? Todos esos pensamientos le torturaban. Hasta el momento, no tenía dudas acerca de las profecías de Dilmala como no las tenía acerca de las de Zesera. Todos en la corte de Taros deseaban que la criatura que Numa esperaba fuera un niño. Pero se asombrarían si supieran que quien más lo deseaba era Yaluc.

En Ayusha, Enekhal también esperaba hacer su entrada, aunque ésta desde luego, no iba a ser triunfal ¿Habría calculado mal? Su astucia nunca le había fallado hasta ahora. Siempre había sabido juzgar a los demás. Sin embargo, tal vez se había confiado creyendo que Tessino había olvidado su antiguo odio hacia los valate, al menos en su caso ¿Cómo explicar si no que le hubieran conducido hasta una diminuta y sofocante sala del palacio real de Ayusha dónde llevaba ya horas esperando? Ni siquiera le habían ofrecido un trago de agua, a pesar del calor.

Al fin, se abrió la puerta, y un sirviente de palacio entró y le hizo una profunda reverencia.

─El príncipe Tessino te recibirá ahora, mi señor.─  ¿Príncipe? De modo que el intrigante Tessino había abandonado ya toda pretensión de humildad y se hacía tratar con un título que jamás poseyó. Tal vez, las cosas en Esterria habían cambiado y él, en su agradable retiro de Midum, no se había enterado ¿Seguiría aún vivo el desdichado rey Dolomán, o Tessino se habría librado definitivamente de él?

No tardó en salir de dudas. El sirviente le guio hasta el salón del trono que él tan bien conocía de sus anteriores visitas. En cuanto entró, le vio allí sentado en su trono, que ya no parecía tan desproporcionado para él, pero que se mostraba incluso más incongruente para su ocupante que antes. Hizo cuentas rápido. Dolomán debía de tener unos 16 años. Había crecido, pero su mirada estaba aún más perdida que cuando le conoció, y su expresión, todavía más ausente. Le pareció ver incluso que babeaba. Sin embargo, apartó rápidamente la mirada, para no incurrir en una grave falta de decoro. Darse cuenta de que su educación principesca seguía gobernando sus actos le habría divertido si no estuviera tan ansioso por conocer de qué modo exactamente iba a ser recibido por Tessino.

─Estás muy cambiado, príncipe Enekhal.─ El hombre dijo con retintín. Si el pobre rey había aumentado en estupidez, Tessino lo había hecho en obesidad, cosa que Enekhal no habría creído fuera posible viendo cómo era ya antes. Lo que sin embargo no había aumentado en absoluto era su elegancia. Seguía llevando una de esas túnicas de seda, esta vez de un brillante verde esmeralda y adornándose con todas las joyas que era capaz de llevar encima.

─Ya no soy príncipe, como sabes muy bien.─  Enekhal dijo procurando mantener su típico control. ─¿Acaso no recuerdas que mi padre fue declarado bastardo y desposeído de todos sus derechos y privilegios reales?─

─¡Bah! Pequeñeces.─ Tessino replicó haciendo un gesto displicente con su regordeta mano cuajada de anillos y sortijas. ─Tú siempre serás un príncipe para nosotros ¿Verdad querida?─  Fue entonces cuando Enekhal vio a Marusene. Había estado tan concentrado en adivinar el humor de Tessino que no se había fijado en que la joven estaba también allí. Como el día en que la vio por primera vez, se sentaba junto al rey. Enekhal sonrió, una sonrisa totalmente sincera. Marusene seguía siendo una de las mujeres más bellas que había conocido. Sin dejar de sonreír, le hizo una gentil inclinación de cabeza, a la que ella respondió con otra. Sin embargo, Tessino volvió a hablar interrumpiendo el dulce momento. ─ Sin duda, te preguntarás por qué mis hombres te han tratado con tan poca cortesía cuando has llegado ¿Te han ofrecido algo de beber?─  Dio dos palmadas y un sirviente se acercó con una bandeja sobre la que había una jarra grande de oro, y unas cuantas copas del mismo material. Definitivamente, Tessino había adoptado el modo de vida de un auténtico príncipe. El sirviente, llenó una de las copas con oscuro vino y se la ofreció a Enekhal, que la apuró.

─Gracias Tessino. Había olvidado que el verano en Esterria es aún más caluroso que en Midum.─

─Siento que no te hayan tratado mejor. Pero, debes comprender que mi situación ahora no es como la primera vez que viniste a este reino. No digo que no seas bienvenido, que lo eres. Pero ahora las circunstancias han cambiado. Tu tío Andamar es el rey más poderoso del mundo, como lo fueron sus antepasados. Midum ha caído, y francamente, dudo mucho de que los reinos de las llanuras del sur permanezcan mucho tiempo leales al tratado que firmaron conmigo. Sin duda, Andamar querrá darles una lección por su deslealtad. Eso sin olvidar que tal vez no quiera seguir manteniendo las condiciones tan ventajosas para Esterria en la explotación de las minas de hierro. Tú sabes que el hierro es indispensable para nosotros. Los bárbaros del este no dejan de presionar en las fronteras. Comprenderás que no puedo enemistarme con Andamar precisamente ahora.─

─Comprendo que estés preocupado, mas tus temores son infundados. Conozco a mi tío. Él firmó un pacto contigo y lo cumplirá. Es un hombre de honor. Acogiéndome tú tampoco lo incumples, pues las condiciones de mi destierro son que no he de regresar a Kynán ni ayudar a mi hermano en su guerra contra Andamar. Y te aseguro que no tengo intención de hacer ninguna de las dos cosas.─

Tessino pareció relajarse al oír las explicaciones de Enekhal. Incluso sonrió, y levantándose de la banqueta cubierta de mullidos cojines en la que se sentaba, se acercó al sorprendido joven y le abrazó. Lejos de tranquilizarle, esa repentina muestra de afecto le puso aún más alerta acerca del obeso personaje. Una cosa era que Tessino hubiera dejado a un lado su visceral odio hacia los valate por algún tipo de extraña simpatía hacia él, tal vez por haber perdido de un modo tan humillante su rango de príncipe. Pero pensar que de pronto, el duro corazón de aquel hombre se inclinaba por él, era algo muy distinto. No se fiaba de Tessino. Sin duda, tendría algún oscuro motivo para actuar así, y Enekhal pensaba averiguarlo. Sin embargo, de momento, era bienvenido en Esterria, así que al menos no tendría que preocuparse por dónde vivir.

El sol estaba ya a punto de desaparecer por el horizonte de poniente. Tessino anunció que organizarían una cena para recibir a Enekhal como se merecía. Hizo llamar de nuevo a uno de sus sirvientes, y le ordenó conducir a Enekhal hacia los aposentos reservados para él, donde podría refrescarse y descansar de su largo viaje antes de la cena. Se despidió cortésmente del ausente rey y de sus anfitriones y se dispuso a seguir al sirviente.

Las habitaciones que le ofrecían en esta ocasión eran incluso más cómodas y lujosas que cuando vino enviado por su padre. Una pareja de jóvenes esclavos estaba allí esperándole y le anunciaron que había un baño preparado para él. Aunque Enekhal no era un seguidor tan estricto de la moral valate como su padre o su tío Andamar, seguía resultándole extraño y algo incómodo ser atendido por esclavos. Al fin y al cabo, los valate rechazaban la existencia de éstos. Pero estaba realmente cansado debido al viaje, la tensión y el calor. Fue totalmente consciente de hasta qué punto, al pensar en un agradable y relajante baño. De modo que, por el momento, decidió que no iba a dejarse dominar por pensamientos demasiado profundos.

Tras el baño, que le sentó incluso mejor de lo que esperaba, encontró dispuestas para él unas lujosas prendas proporcionadas por su anfitrión. Se las puso, aunque estaban bastante alejadas de sus gustos. Pero, al igual que se había vestido al estilo midummita mientras estuvo en aquel reino, ahora que iba a vivir en Esterria, no estaba de más adoptar también su modo de vestir. Sin embargo, se dijo que en cuanto pudiera encargaría prendas menos estridentes que aquellas que Tessino le proporcionaba. Llamaron a la puerta. Esperaba a algún esclavo o sirviente de palacio, pero quien entró fue Marusene. También se había vestido para la cena, y lucía esplendorosa.

─Qué extraño se me hace verte sin tu barba y con el cabello tan corto.─ Ella dijo a modo de saludo en tono ligero. Enekhal chasqueó la lengua y le dedicó una media sonrisa.

─No temas, como ves, ya estoy recuperando mi aspecto habitual.─ Replicó, acariciando su mandíbula, donde ya comenzaba a crecer de nuevo la barba.

─En realidad, me gustas más así, cuando puedo ver tu bello rostro en todo su esplendor.─  Bromeó Marusene. Tras mirarse unos segundos, ambos se echaron a reír ─ Siento que mi padre te hiciera esperar tanto, y que se haya mostrado tan suspicaz. Pero no has de tenérselo en cuenta. Le molesta perder el protagonismo que tuvo este tiempo de atrás, y exagera los peligros para darse importancia.─

─No son palabras muy respetuosas viniendo de una hija.─  Enekhal fingió escandalizarse.

─Oh, vamos. Mi padre me conoce de sobra, y sabe que siempre le seré leal.─

─¿Entonces, realmente, no hay peligro de perder las minas de hierro, ni de que los bárbaros del este arrasen Esterria?─

─Como tú bien has dicho, el rey Andamar no romperá los acuerdos que firmó. Y, en cuanto a los bárbaros, siempre han estado a punto de arrasar este reino. Es lo que yo, mis padres, mis abuelos, y no sé cuántas generaciones han estado oyendo decir desde siempre. Nunca ha ocurrido ¿Por qué iba a ocurrir ahora? Pero dejemos de hablar de asuntos tan enojosos.─  Dijo, acercándose a Enekhal y tomándole del brazo. Un intenso perfume de jazmín procedente de Marusene inundó su nariz ─Recuerdo muy bien que nuestras charlas solían ser mucho más divertidas.─  Añadió, mirándole insinuante. Él sonrió complacido, y se inclinó para besarla. ─Ven conmigo.─ Marusene se apartó tras el beso, y le tomó de la mano. ─Antes de la cena quiero enseñarte algo.─

2

Esperando la lluvia

El estado de ánimo de Menetir era muy diferente al de sus parientes. Él no tenía nada que celebrar, sino todo lo contrario. No sólo había sido derrotado por Andamar mediante una astuta estratagema de Naadur, sino que había perdido todos los territorios reconquistados en Kynán, incluída la Heredad del Sur donde reposaban las cenizas de sus padres.

Pero no terminaban ahí sus desgracias. A los guerreros caídos en batalla, que eran muchos, debía sumar la pérdida de los hombres que se le habían unido cuando él parecía el más fuerte, con la esperanza de recuperar los privilegios y propiedades que Andamar les había arrebatado por apoyar a Domusal, o simplemente de lograr unas ganancias de oro y botín que mejorasen su situación. Cada día, sus generales le informaban de que su ejército había sufrido nuevas mermas.

Por suerte, su cuñado, su sobrino y un puñado más de antiguos señores de Kynán aún le eran leales. Pero debía ser realista. En aquellos momentos se encontraba en las peores condiciones para su causa: derrotado, sin apenas ejército y sin medios de poder conseguir uno nuevo.

Así había emprendido la penosa marcha de regreso a Hittowa. Todos los dioses y los demonios parecían haberse aliado en su contra, pues, a diferencia de lo que solía ser habitual, aquel verano estaba resultando terriblemente seco en los normalmente húmedos valles de Narvaly. Por tanto, el calor y las penurias fueron sus fieles compañeros durante su penosa marcha. Las gentes de las aldeas del camino procuraban esconder las escasas provisiones que les quedaban para evitar, con poco éxito, que los hambrientos y sedientos guerreros se las arrebataran.

Para colmo de males, cuando se acercaban ya a las murallas de Hittowa, a Menetir le llegó la noticia de la gran victoria de Naadur en Shimma. El rey de Kynán volvía a ostentar el título de Señor del Mundo, pero en el trono de Taros se sentaba el hombre equivocado. Era él, Menetir, quien debía ostentar el título de Señor del Mundo, ante quien todas las demás naciones deberían postrarse. Su rabia crecía en su interior como el vapor dentro de una olla puesta al fuego. ¿Por qué era víctima de tales injusticias? ¿No había acaso él respetado y venerado siempre al invencible Nin? Oyó entonces a Temuzén dando la orden de que el ejército se detuviera. Miró y vio delante de ellos, en el camino hacia la capital, una ordenada formación de guerreros que les cortaban el paso. El que parecía al mando se acercó, y Menetir reconoció a uno de aquellos fieles nobles de los clanes leales a su esposa la reina.

─Saludos, mi señor Menetir.─ Dijo solemne cuando llegó frente a él

─¿Qué demonios significa esto? ¿Por qué se nos corta el paso?─ Menetir respondió de mal humor

─No está permitido ingresar a la ciudad portando armas. Órdenes de la reina mi señora.─

─Absurdo. Yo soy el esposo de Zodrim y por tanto me debes obediencia como a tu rey. Y yo no tengo la menor intención de abandonar las armas para entrar a la ciudad. Te aconsejo que no me impidas el paso.─

─Sólo la reina es mi señora, y sólo a ella he jurado obediencia. Serás recibido en la ciudad y en palacio sólo si abandonas las armas a nuestro cuidado. Así mismo, tu ejército deberá ser deshecho. Cada hombre entrará como cualquier viajero, desarmado, o no entrará.─ El otro respondió con voz firme.

Menetir, en cualquier otra circunstancia, no habría esperado siquiera a que acabara la frase para lanzar a sus hombres hacia la ciudad. Pero en esos momentos, debía reconocer que no tenía ninguna seguridad de que aquel desharrapado y humillado ejército que le seguía estuviera dispuesto a obedecer sus órdenes. Los narvalienses no eran expertos guerreros, pero aquellos que tenían ahora enfrente estaban descansados bien alimentados y frescos, además de portar las mejores armas disponibles.

De modo que, un humillado y furioso Menetir fue escoltado hacia el palacio real después de ser convenientemente despojado de sus armas. Con él sólo iban Temuzén y Ardates, el hijo de éste cuyos rostros mostraban que se hallaban tan poco complacidos como el mismo Menetir. En su fuero interno iba jurando que se lo haría pagar a esa esposa suya tan rebelde y desobediente.

Mientras la noche caía ya sobre Narvaly, Kynán y Esterria, en este último reino, Enekhal se encontraba con una sorpresa. Marusene le había guiado por el palacio hasta los aposentos del mismísimo rey Dolomán. Ahora entraban en una amplia y fresca sala, donde el pobre rey idiota reía sentado en el suelo haciendo cabalgar un caballito de juguete en fingida batalla contra otro semejante manejado por un niño de rubios rizos. Enekhal no necesitó mirar a Marusene. Le bastó ver al niño. Éste, al oír entrar a los adultos, alzó la cabeza para ver quién venía, y Enekhal se vio a sí mismo en su tierna infancia. La única diferencia apreciable era que el pequeño tenía los ojos castaños de su madre.

─Se llama Tesimandro..─ Dijo Marusene a su lado. Enekhal la miró con gesto socarrón.

Desde luego, no era el primer bastardo que había engendrado. Dada su afición por las jóvenes, no eran pocos. Pero como la mayoría de nobles valate, se limitaba a proporcionar una vida más o menos cómoda a sus vástagos, sin tomarse ni la menor molestia en conocerlos. Olvidando su existencia tan pronto como tenía noticia de ella. El ejército estaba lleno de estos bastardos varones, mientras que las niñas entraban a formar parte de otro ejército, el de doncellas y damas al servicio de las nobles y mujeres de la realeza. Los valate siempre habían obrado así. Sin embargo, mirar cara a cara a su hijo le produjo una sensación difícil de explicar. Nunca había planeado desposarse. Menos aún ahora que sus padres habían muerto y ya no les debía obediencia. Por tanto, la idea de tener hijos estaba muy alejada de sus pensamientos. Pero ahora tenía a uno delante, con nombre y rostro. Y se dio cuenta de que le complacía. El niño era muy guapo y parecía completamente sano.

─¿Y qué opina tu esposo el comerciante de este hijo?─ Preguntó con gesto burlón.

─Ah, no lo sabes, claro. Soy viuda desde hace más de un año. Pero, la verdad, no puedo quejarme del esposo que mi padre me buscó. Desde luego, fui honesta con él. Cuando viajé a su encuentro, ya sabía que me hallaba encinta. No me preocupaba que me repudiara, pero no lo hizo. Era un viudo bastante mayor que yo, con hijos ya adultos que heredaron sus negocios. Sólo deseaba compañía para sus últimos años. A cambio fue siempre bueno, generoso y amable conmigo y con el niño.─

─¿Le dijiste quién era su padre?─

─Nunca me preguntó. Pero sospecho que tenía idea. El pequeño no puede negar que es de sangre valate.─

─Ciertamente no.─

Entre sorprendido y divertido, Enekhal observó cómo Marusene hacía acostarse al pobre rey Dolomán, que ofrecía las leves protestas de un niño pequeño para irse a dormir. Exigió que el pequeño Tesimandro se quedara junto a él. Marusene informó a Enekhal de que esto era habitual. El rey, cuya salud se debilitaba por momentos, había tomado un enorme cariño al niño, y apenas toleraba separarse de él.

Tras dejar al rey y al pequeño acostados, se dirigieron al salón donde se celebraría la cena en honor de Enekhal. El salón estaba brillantemente iluminado por multitud de velas, y por las altas ventanas abiertas a los jardines, se colaba la perfumada brisa de la noche de Ayusha. Enekhal pensó en lo irónico de su situación. Ya lo había perdido todo, sus títulos, sus propiedades y su patria. Aunque su destierro no era de por vida, como en el caso de su hermano, y el rey Andamar le había dado su palabra de que recuperaría sus propiedades cuando regresara a Kynán, él no se hacía ilusiones. 20 años eran muchos, demasiados. Con suerte, podría vivir la mitad sin sufrir achaques demasiado severos. Sin embargo, ahora se encontraba en un palacio siendo agasajado como en los lejanos días de su infancia cuando su padre era aún Príncipe Heredero de Kynán.

En la aldea de las montañas, Dilmala contemplaba el claro cielo. Allí también sufrían la sequía, pero todavía había animales para cazar y les quedaban algunas reservas de granos y frutos. Sin embargo, la población de la diminuta aldea se había visto muy aumentada. No paraban de llegar hombres, a menudo familias enteras, para unirse al llamamiento de Agón. Éste había animado a los aldeanos al principio para acoger a los recién llegados, pero luego, no dudó en viajar a la Aldea del Roble Partido, donde tuvo una audiencia mucho mayor. No todos los que le escuchaban estaban de acuerdo con él, claro. Entre los que discrepaban más abiertamente, se contaba Mores.

El joven era muy respetado por sus viajes acompañando a Yaluc Cabeza de Fuego y todo lo que había aprendido en ellos. La gente le escuchaba casi como al propio Yaluc. Él intentaba hacerles entender que enfrentarse con los valate sólo les acarrearía desgracias. Dilmala, aunque hubiera dicho que el destino estaba sellado, no dudaba en apoyar a su sobrino. Ella sabía, y no sólo por sus visiones, que la guerra no trae nada bueno, mucho menos a un pueblo que no tiene costumbre ni conocimiento de ella.

Así, los loggi se hallaban divididos. Por primera vez en su historia, tenían la conciencia de ser una entidad diferente de los demás pueblos. Hasta entonces, siempre se habían sentido como una parte de las múltiples criaturas de la Madre. Pero las antiguas creencias se estaban poniendo a prueba. Con todo lo que Agón decía despreciar a los valate y cómo éstos habían impuesto su cultura, parecía dispuesto a imitarlos. Decía querer que los loggi volvieran a vivir como antaño, pero nunca mencionaba a la Madre.

Dilmala sentía una profunda melancolía por los acontecimientos que se estaban produciendo, aumentada por su conocimiento de lo que estaba por venir. Siguió contemplando el limpio cielo cuajado de estrellas. La luna estaba en una de sus acostumbradas ausencias y el cielo permanecía profundamente oscuro salvo por las miles de luminarias. Pensó en aquel sueño que había tenido, cuando vio al príncipe que estaba a punto de nacer. Sabía que traería los cambios que Zesera había profetizado y que ella misma también había visto. Era el fin de una era. La Madre solía hacer cambios de vez en cuando, pero no por necesarios iban a ser menos traumáticos para sus criaturas

Menetir, Temuzén y Ardates fueron conducidos a uno de los salones de palacio y obligados a esperar. Al fin, apareció Zodrim. Menetir se sintió impactado. No es que su belleza hubiera aumentado, pero había algo en ella, un cierto aire la rodeaba, que le resultaba muy atractivo. Sacudió esos pensamientos de su mente. Sin duda, el tiempo que había pasado sin verla era el culpable. No quería perder la perspectiva. Estaba furioso con ella por el modo en que le había humillado. Sí, desde luego, pensaba hacérselo pagar muy caro. Ella se situó en medio del salón. Llevaba un magnífico vestido y portaba numerosas y muy valiosas joyas, entre ellas, la corona real de Narvaly hecha del más fino oro. No era habitual que los reyes la llevaran fuera de las ceremonias oficiales. Sin duda, Zodrim pretendía enviar un mensaje, el mismo que su heraldo ya había transmitido a los recién llegados. Ella era la reina. Menetir pensó con un ramalazo de satisfacción íntima cómo iba a poner nuevamente en su lugar a su desobediente esposa.  Debió de sonreír sin darse cuenta, porque ella le miró ceñuda y dijo:

─No creo que tengas muchos motivos para sonreír Menetir. Según he oído, has sufrido una derrota humillante. Además, por si aún no estás informado, has de saber que nuestro primo Naadur ha recuperado Midum. Imagino que para ti será una pésima noticia, aunque yo, sinceramente, me siento aliviada.─

─Estoy al tanto de las novedades.─ Él dijo seco

─Bien, entonces, lo primero es que podáis descansar. No he olvidado los modales ni la cortesía. Podéis retiraros para asearos, descansar y reponer fuerzas. Imagino que vosotros dos─ Dijo dirigiéndose a Temuzén y Ardates ─estaréis deseosos de ver a Nusi. Ella no se encuentra muy bien de salud y por eso no está aquí. Pero tenéis mi permiso para acudir a sus aposentos.─

Ellos se miraron y luego miraron fugazmente a Menetir. Él, sin embargo, no apartaba su mirada de la mujer que tenía enfrente ¿Era ésta la misma princesita tímida y asustada con la que se había desposado 9 años antes?

Cuando quedaron solos, ella volvió a hablar.

─Un lacayo de palacio te conducirá a las habitaciones que se te han asignado para que puedas asearte y descansar también. Después podrás ver a nuestros hijos. Estoy segura de que los has añorado, ellos desde luego, te han añorado a ti.─ Su tono era condescendiente y dejaba muy claro que ella no se incluía entre los que le habían echado de menos. Sin embargo, Menetir no se arredró.

─Y tú ¿me has añorado esposa mía?─ Preguntó con retintín. Ella no le respondió. Hizo un gesto para que los lacayos se acercaran.

─Acompañad a Menetir a sus aposentos.─

El ejército de Naadur permanecía acampado frente a las murallas de Taros, en espera de recibir la señal para poder entrar triunfantes en la ciudad. El príncipe no podía dormir. La emoción le embargaba. Paseaba por el silencioso campamento. A pesar de que no había luna, caminaba sin antorcha alguna, pues la luz de las estrellas le permitía distinguir las negras siluetas de las tiendas, además de que aún brillaban las ascuas de las hogueras encendidas para la cena frente a muchas de ellas.

No podía dormir porque su cabeza era un torbellino. Tantas cosas habían sucedido desde que abandonó Taros un par de meses antes. Había salido en un intento desesperado por detener una guerra que parecía no tener fin. Y regresaba como triunfador, como Naadur el intrépido, habiendo recuperado la gloria de sus antepasados. En esos momentos, se negaba a pensar en que Menetir no estuviera completamente derrotado. Sabía muy bien que mientras no tuviese su cabeza, su primo no cedería. De momento, estaba derrotado y Naadur tenía la esperanza de que le resultase mucho más difícil que antes reunir un nuevo ejército para enfrentarse a Andamar. No dudaba de que lo haría. Menetir nunca renunciaría a lo que creía suyo. Simplemente Naadur esperaba que aquella derrota les proporcionara un periodo de paz lo suficientemente largo como para que sus reinos se recuperasen de tantas desgracias.

Sin embargo, se sentía esperanzado. Le habían ido llegando durante la campaña cumplidas noticias del embarazo de su esposa. Todas eran buenas. Numa parecía gozar de mejor salud que nunca antes. Estaba completamente convencido de que la maga Dilmala había acertado y nacería por fin el deseado heredero. Tenía mucho que celebrar y muchas razones para sentirse esperanzado.

Divisó una silueta frente a él. Era inconfundible. Yaluc difícilmente podría pasar alguna vez inadvertido con su corpulencia y estatura. Parecía que él también había decidido caminar en la oscuridad.

─¿Qué te mantiene despierto en esta venturosa noche, hermano?─ Naadur preguntó.

─Lamento no encontrarme tan alegre de ánimo como tú. Mejor sigue con tu paseo, pues no deseo ensombrecer tu ánimo.─ Fue la respuesta que recibió.

─Mi querido hermano Yaluc, siempre encontrando motivos para estar preocupado incluso en los momentos más felices ¿Qué te aflige pues?─

─Pienso en lo que se nos viene encima.─

─¿A qué te refieres? Tu amiga la maga profetizó el nacimiento de un varón, el heredero tan esperado. Y, por otro lado, no profetizó ninguna desgracia ¿Qué motivos tienes pues para temer al futuro? Estamos en un momento glorioso.─

─No niego la gloria. Pero ¿acaso olvidas el descontento dentro de tu propio ejército? Hay hombres que desertaron con armas, lo que me hace pensar en que no sólo deseaban librarse de sus obligaciones como soldados. Tal vez se esté fraguando una rebelión en el corazón mismo de Kynán.─

─Vaya. Así que crees que ese puñado de loggi que abandonó el ejército en plena campaña y robó valiosas armas tiene intenciones contra nosotros. Pensaba que tus queridos loggi no hacían la guerra.─

─Y no la hacen. Pero las leyes de tu padre son muy impopulares. Además, hace mucho ya que los loggi no viven según sus antiguas costumbres, al menos la mayoría de ellos.─

─No creas que las acciones de esos traidores quedarán sin castigo. Pero ahora no deseo pensar en cosas desagradables. Y tú tampoco deberías. No temas, sé que eres completamente inocente en esto. Esos hombres obraron a tus espaldas tanto como a las mías.─

─No es por mí por quien temo. Precisamente eso, tu castigo, es lo que me mantiene preocupado.─

─Pues olvídalo. Además del Príncipe Heredero soy tu general. Te ordeno que dejes esos funestos pensamientos y celebres con todos nosotros esta brillante victoria, a la que, por cierto, tú tanto has contribuido. Yo me encargaré de que mi padre el rey esté bien informado para que recibas la recompensa que mereces.─

Yaluc ya no dijo nada más. Se limitó a suspirar resignadamente. No podía compartir la despreocupada alegría de Naadur. No sólo porque ciertamente le preocupara lo que iba a ocurrirles a sus queridos loggi, sino, sobre todo, porque él conocía los negros designios que aguardaban a ambos pueblos. Había estado tentado de decirle a Naadur que Dilmala no le había profetizado desgracias, simplemente porque no le había revelado la totalidad de sus visiones. No había conseguido que ella le dijera nada. Pero la conocía lo suficiente como para saber que había ocultado algo. Y el modo en que le había hecho desistir de preguntar más, sólo confirmaba sus sospechas. Algo malo se avecinaba, pero no eran sólo las oscuras profecías de Zesera, sino algo más concreto y cercano y que, por desgracia, tenía que ver con su amado Naadur.

«EL PRÍNCIPE ANUNCIADO». Segundo libro de la saga «Señores Del Mundo»

portada del libro El príncipe Anunciado
«El Príncipe Anunciado» («Señores Del Mundo» 2) 

Segundo libro de la saga “Señores Del Mundo”. Las luchas siguen enfrentando a las familias. Al mismo tiempo, las profecías comienzan a cumplirse. Un niño tiene en su poder el destino del mundo. Dilmala y Yaluc deberán mantenerle a salvo hasta que pueda cumplirlo. Ya que poderosas fuerzas intentarán impedírselo por todos los medios posibles, humanos y sobrenaturales.

En tiempos turbulentos, el pueblo loggi se enfrenta a acontecimientos decisivos para su supervivencia. Y mientras los reinos continúan guerreando entre sí, surge una nueva amenaza para el futuro de todos ellos. El príncipe Yaluc comprobará en persona esa grave amenaza a la vez que continúa descubriendo su propio destino.