«El Hoyo» (mini relato de terror)

No sabe cuánto rato lleva allí abajo. Pero el caso es que ya empiezan a fallarle las fuerzas. Creía haber sido tan astuto, tan cuidadoso memorizando por la mañana las zanjas que bordeaban el camino. Sin embargo, de noche todo es tan distinto. Uno pierde los puntos de referencia. Cuando pasó por ese mismo lugar al ir al trabajo, había luz abundante y numerosos trabajadores afanándose como hormiguitas alrededor de las aberturas en la tierra.

Pero al salir de la fábrica ya era noche cerrada. Una desapacible noche de invierno. Llovía, y el camino que se le antojaba tan familiar era ahora un negro abismo de límites indefinidos ¿Cuántas veces había ido campo a través para llegar a su casa después del trabajo? Incontables. Sin embargo, no había dado ni diez pasos cuando sus pies resbalaron, y fue a dar con sus huesos en el fondo de uno de aquellos hoyos, ahora convertido en un lodazal.

No se había hecho daño, y pasada la primera impresión, se dispuso a trepar por la pared para salir. Mas una y otra vez sus esfuerzos eran en vano, pues sus manos y pies se hundían y resbalaban en el húmedo barro sin impulsarle un centímetro más hacia la boca del hoyo. Y la lluvia seguía. Gritó varias veces, sin demasiadas esperanzas. Sabía que estaba lejos de cualquier camino. Además, el ruido de la lluvia, cada vez más fuerte haría muy difícil, sino imposible que alguien pudiera oírle.

Al límite de sus fuerzas, hizo un nuevo y desesperado intento de trepar. Las paredes reblandecidas por la lluvia comenzaban a desmoronarse. Sin nada sólido en lo que apoyarse, cayó una vez más al fondo del hoyo. La última vez. Mientras la boca y la nariz se le llenaban de lodo espeso, su mente viajó hasta su hogar, no muy lejos de allí, donde su mujer y su hijita recién nacida le esperarían en vano. Eso sí, secas y calentitas.

Deja un comentario