EL DESTINO DE LOS REINOS: Tercera entrega de la saga «Señores Del Mundo»

portada de EL DESTINO DE LOS REINOS de Yolanda Corona

En esta tercera entrega de la serie SEÑORES DEL MUNDO, Yaluc regresa después de su aventura al otro lado de Las Montañas Blancas. Pero ya no es el mismo. Regresa transformado a un mundo que ya ha empezado a cambiar también. Los acontecimientos vividos más allá de las montañas le han hecho descubrir su destino, del que depende el destino de todos los reinos.

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Prólogo

El viento del norte sopla frío e inclemente, trayendo densas nubes que van cubriendo toda la ciudad desde el mar. El invierno ya se despliega en toda su fuerza. Aunque al rey que se asoma a la galería no le hace falta ver las nubes amenazadoras de lluvia, quizá incluso nieve, para llegar a esa conclusión. Él sólo necesita prestar atención a sus huesos que cada vez se quejan más dolorosamente de la humedad y el frío.

Si Andamar tenía hasta entonces motivos para sentirse abatido tras su regreso a Taros después de los desdichados acontecimientos del año anterior en Shimma, ahora se habían unido muchas más razones para su tristeza.

El alivio que supuso romper el cerco sobre la capital de Midum, permitiendo a Naadur acudir de regreso a Kynán en auxilio de Yaluc, se había tornado en una nueva desgracia, la peor de todas. Porque el príncipe heredero no sólo no había podido rescatar a su hermano, sino que yacía malherido tras un nuevo enfrentamiento contra Menetir lejos de Taros, incluso fuera del reino.

Estar tan lejos de su hijo hace el sufrimiento de Andamar más intenso. Su primer impulso al enterarse de que Naadur había resultado gravemente herido fue acudir a su lado. Pero muy a su pesar, ha tenido que escuchar las advertencias de sus consejeros, y muy especialmente de su madre, para no moverse del Palacio de Las Nubes. Muerto el pequeño Sikander, desaparecido, y probablemente muerto también Yaluc, y herido Naadur, el trono de Kynán está más en peligro que nunca. No es pues prudente que el rey se ausente del reino. Ahora que él ha sido incluso coronado Señor del Mundo, es cuando su situación se muestra más precaria.

Todos los días acude al amanecer al templo de Nin para acompañar las plegarias de los sacerdotes, y luego puntualmente ofrece un sacrificio al dios para que permita vivir a Naadur. Porque si su único hijo muere todo el esfuerzo realizado hasta entonces no habrá valido para nada. Toda la sangre y las muertes de esta interminable guerra serían inútiles. Él tendría que volver a empezar. Construir todo de nuevo. Sabe que es su deber. Que su madre no dudaría ni un momento en exigírselo.

Pero Andamar nunca se ha sentido tan falto de energía como ahora. Y no es sólo por su cada vez más débil salud. Quizá haya llegado el momento de desistir. Darse por vencido. A lo mejor él nunca debería haber sido rey, después de todo, y debía entregar el trono a su sobrino. Esos pensamientos, claro está, implican la más alta traición a su deber como rey. Por eso suplica al dios, y ha enviado órdenes específicas a todos los templos de todos sus reinos y señoríos para que hagan lo mismo.

¿Y cómo se ha llegado a esta situación? Andamar medita sobre los últimos acontecimientos mientras las primeras gotas gélidas le resbalan ya por la cara. De momento no se mueve. Permanece como una estatua mirando hacia el lejano y desconocido horizonte del norte.

PRIMERA PARTE

1:

Cuando todo se derrumba

Naadur no perdió el tiempo. Apenas se detuvo en Taros para ponerse a la cabeza de los refuerzos que su padre había podido reclutar exigiendo a los grandes señores mayor compromiso después de que su hijo, el príncipe heredero, hubiera salvado una vez más el reino. Acto seguido, partió en dirección sureste hacia la región donde Yaluc había estado combatiendo a los rebeldes de Agón y a los bárbaros desconocidos.

No le importó marchar bajo la lluvia por caminos embarrados. Sólo podía pensar en cuántas veces su querido hermano adoptivo le había salvado la vida, y que él no había estado a su lado para devolverle el favor cuando estuvo más necesitado.

Para no perder tiempo, se adelantó al frente de la caballería que se desplazaba más rápido en aquellas condiciones. Quería llegar cuanto antes al campamento de los hombres de Yaluc en Torres Blancas para que le informaran de todos los detalles de la desaparición de su amigo. Tenía la seguridad de que alguien había fallado en su deber para con el príncipe Yaluc. Y estaba dispuesto a hacer rodar las cabezas necesarias.

A medida que se acercaba a la llamada Aldea del Roble Partido, principal población del señorío de su hermano, se le presentaban con más claridad las horribles consecuencias de las correrías de los rebeldes y de los bárbaros. Abundaban las casas en ruinas, los bosques quemados, y los campos de labranza abandonados, convertidos ahora en lodazales salpicados de charcos. Apenas se cruzó con gente. Y los pocos habitantes que vio parecían espectros flacos y tristes.

La atmósfera en el castillo de Las Torres Blancas era igual de lúgubre. Los soldados de Yaluc evitaban su mirada. Pero quien sí se la sostuvo fue Lahón, aquel esclavo que Yaluc se empeñó en liberar, y que ahora era su caballerizo mayor.

─Sé bienvenido, príncipe Naadur.

Dijo un oficial.

Mientras, Naadur no podía dejar de mirar aquellos ojos castaños del loggi, fijos en él.

Desmontó, y entregó las riendas de su caballo a uno de los soldados que estaban acompañando al oficial. Lahón hizo ademán de ir a cogerlas, pero Naadur le detuvo.

─No. Deja que el soldado se encargue de mi caballo. Quiero hablar contigo. Te llamas Lahón ¿verdad?

─Así es, mi señor príncipe.

Por algún motivo, a Naadur esas palabras no le sonaron tan respetuosas como parecían. Él no era tan intuitivo como otros, pero estaba bastante claro que aquel loggi no sentía demasiado aprecio hacia él.

─Sé que eres hombre de confianza de mi hermano. No ha llegado mucha información a Taros de lo sucedido. Quizá tú puedas darme más.

─Por desgracia, yo no estaba con el príncipe Yaluc. No soy soldado. Pero hay dos que regresaron de la expedición. Yo no sé sus nombres, pero el capitán de la guarnición del castillo se los llevó al campamento.

Naadur miró entonces al capitán, el mismo oficial que le había dado la bienvenida.

─Ordena que traigan a esos hombres a mi presencia. Y mientras llegan, ponme al corriente de lo que te contaron

Tras desprenderse de su empapado manto, se sentó frente al fuego. El capitán se colocó muy erguido frente a él, a la espera de su permiso para hablar.

─Adelante capitán ¿Qué le sucedió a mi hermano?

─Los hombres sólo han podido contar que el campamento fue atacado por sorpresa durante la noche. Unos desconocidos mataron a los centinelas que guardaban la tienda del príncipe, entraron, y se lo llevaron.

─Los soldados lucharían en defensa de su general ¿no?

El capitán tragó saliva, y removió los pies, inquieto. Era evidente que le costaba mantener la escrutadora mirada de Naadur. Pero no podía apartar la suya sin permiso.

─Sí, claro, mi señor. Hubo lucha. Cuando nos acercamos al campamento, hallamos a todos los que allí había, muertos. Pero ya no había modo de saber hacia dónde se habían llevado al príncipe Yaluc. Ha estado lloviendo sin parar durante días, y ya las huellas se habían borrado.

─Durante días, dices. Pero entonces ¿cuándo sucedió el ataque?

─Hace casi tres semanas, mi príncipe.

─¡Tres semanas! Incluso con los caminos embarrados se puede llegar desde aquí a Taros en tres días ¿Por qué no fue mi padre el rey informado inmediatamente? ¿Y cómo es que, si en el campamento todos murieron luchando, esos dos sobrevivieron? ¿Acaso huyeron en lugar de cumplir con su deber? Sí eso es lo que sucedió, y tú no has informado ni castigado a esos hombres como merecen, ellos y tú lo seréis con toda la severidad, no lo dudes. Pero, primero quiero hablar con esos cobardes, para que me cuenten todo lo que vieron.

Naadur no andaba muy errado al sospechar que Lahón no le quería bien. Sin embargo, no se trataba de simple animosidad, como creía el príncipe. Lo que Lahón sentía eran celos. Por supuesto, sabía bien que la relación de Yaluc con Naadur no era como la suya, pero saber que, a pesar de todo, Yaluc anhelaba que su amor por el otro príncipe se viera correspondido le producía un sufrimiento que nunca había conocido. Él había crecido entre loggi que aún conocían y respetaban las creencias y costumbres ancestrales de su gente. Ellos eran libres para emparejarse con quien quisieran. Sabía que estaba mal sentir lo que sentía. Pero como no podía evitarlo, le dominaba la angustia ¿Qué pensaría su amado Yaluc de él si lo supiera?

Hasta ese momento había sido capaz de dominar sus sentimientos, porque después de todo, Yaluc estaba con él, no con Naadur. Pero ahora, era muy posible que nunca volviera a verle, y sentía resentimiento hacia Naadur por cada minuto que había mantenido a Yaluc lejos de él.

Se regodeaba en sus sentimientos a solas en el dormitorio de su amado, ése que tantas noches él había visitado para gozar de su amor. Sentado en el suelo, según la costumbre de su pueblo, abrazaba el zurrón donde Yaluc guardaba los libros que le dictara Zesera. Acariciaba la gastada piel de aquel objeto tan querido para Yaluc. Ojalá pudiera él leer aquellos preciosos rollos.

Por supuesto, siendo Yaluc como era, había querido enseñarle a leer, como hizo con Mores. Pero Lahón nunca había sentido el deseo ni la necesidad. Ahora se arrepentía. La puerta se abrió de pronto, y un soldado entró en la habitación.

─El príncipe quiere hablar contigo. Más vale que no le hagas esperar.

Dijo.

Y volvió a salir sin más.

Lahón estaba acostumbrado al trato brusco y desagradable de los valate. Dejaban bien claro que no les gustaba que un loggi tuviera una posición tan destacada en casa de un príncipe de Kynán. Eso nunca le importó cuando estaba Yaluc. Pero una vez más, fue bien consciente de que todo había cambiado porque su príncipe a esas horas podía haber regresado a la Madre, o sus captores podrían haberle llevado lejos, a un lugar desconocido. Tanto daba, pues en ambos casos, él nunca volvería a verle.

Naadur seguía sentado frente al fuego cuando Lahón entró en aquella estancia. El semblante del príncipe era sombrío. Miraba ausente las llamas. Pero volvió la cabeza para mirarle en cuanto entró, antes de que el soldado anunciara su presencia. Al verle, el rostro del príncipe adquirió un gesto mucho más amable. Y Lahón sintió un profundo dolor, pues en ese momento, Naadur se parecía tanto a Yaluc. No obstante, se sobrepuso. Había ganado mucha práctica en disimular sus sentimientos mientras fue esclavo.

─¿Me has llamado, mi señor príncipe?

─Así es. Retírate soldado.

Ordenó el príncipe.

Y el soldado abandonó la estancia.

─Sé que estás muy unido a mi hermano, y le aprecias sinceramente. Por eso, voy a compartir contigo la información que he recabado. Algunos hombres de esta guarnición traicionaron de la peor manera la confianza de mi querido hermano. Un par de soldados tuvieron demasiado miedo para luchar en su defensa, y huyeron. Pero en lugar de al menos buscar ayuda, permanecieron escondidos viendo como Yaluc era sacado por la fuerza de su tienda, y secuestrado. Cuando regresaron a la guarnición, el capitán no dio aviso, ni los castigó por su comportamiento. Acabo de saber que uno de ellos es el hijo del capitán. Pero, no te preocupes, los tres han sido apresados, y recibirán el merecido castigo por su traición.

─Pero mi señor…

Lahón intervino, sin esperar el permiso de Naadur para hablar.

Al percatarse se interrumpió. Sin embargo, Naadur hizo un gesto con la mano, animándole a continuar.

─Bueno, sólo quería decirte que ya conocíamos el secuestro. Los soldados volvieron diciendo a todos que un grupo de desconocidos se había llevado al príncipe Yaluc.

─Cierto. Pero cuando los interrogué conseguí que me narrasen con detalle lo sucedido. Tenían más información de la que revelaron en principio.

─¿Qué información? ¿Saben quién se lo llevó o a dónde?

─No tanto, por desgracia. Pero contaron que no se trató de un ataque de esos misteriosos bárbaros del este, como habían dicho en principio. Había bárbaros, sí. Pero estaban a las órdenes de un mercader de esclavos,

─¿Yaluc esclavo?

A Lahón se le quebró la voz, y sus ojos se humedecieron.

─No temas. Conociendo como conozco a mi hermano, en cuanto haya tenido la menor oportunidad de hablar, habrá intentado convencer al mercader de lo erróneo de su conducta. No me sorprendería que consiguiera hacerle desistir de ella. Pero sea como fuere, los soldados han dado toda clase de señas del individuo, y la dirección que tomó la caravana. Mi intención es partir en cuanto amanezca, y seguir esa ruta con un grupo selecto de mis hombres. Además, mandaré también enviados a Midum y Esterria para averiguar quién es ese tratante.

─¿Me llevarías contigo en tu expedición? Por favor, mi señor.

─No

Dijo Naadur.

Pero enseguida sonrió para atenuar la dureza de sus palabras.

─No te he llamado sólo para informarte. Mi hermano confía en ti. Y desde luego, ya se ha visto que aquí no abundan los hombres en quienes se pueda confiar. En nombre de mi hermano, te nombro mayordomo mayor de este castillo. Y te encomiendo que guardes y protejas los intereses de Yaluc. No se me ocurre nadie que lo pueda hacer mejor en su ausencia.

─Para mí es un honor. Pero, yo sólo sé de caballos, mi señor. Además, soy loggi ¿Cómo voy a dar órdenes a valate? Apenas soportan mi presencia aquí.

─Descuida. Los traidores ya están a buen recaudo. Y los demás habrán de cumplir con su obligación, o responderán ante mí.

Lahón regresó muy pensativo a su dormitorio. Aunque no pudo permanecer allí mucho tiempo, ya que no tardaron en llamar a su puerta los criados y empleados del castillo pidiéndole indicaciones.

Así que, sin estar del todo convencido, comenzó por hablar con los criados de la cocina, encargándoles preparar una cena lo más digna posible para el príncipe Naadur y sus capitanes. Para su sorpresa, todos le obedecieron sin rechistar. No cabía duda, el príncipe Naadur había hablado ya con todos ellos.

Naadur también se retiró a descansar antes de la cena. Pero apenas tuvo tiempo de desvestirse y echarse en el lecho, pues llamaron a la puerta con insistencia, y uno de los soldados de su guardia personal apareció ante él.

─Disculpa mi señor que interrumpa tu descanso. Pero es que ha llegado al castillo un loggi que dice venir en nombre de los suyos, y exige hablar contigo. Por supuesto, ya le hemos hecho saber lo inadecuado e insolente de tal petición. Pero asegura no temer a ningún castigo. Y se ha atrevido a amenazarte, mi señor.

─¿Amenazarme?

Por el momento, Naadur sentía más curiosidad que indignación ante esta sorprendente circunstancia.

─Sí. Dice ser amigo del príncipe Yaluc, y que, si no le recibes, lo lamentarás ¿Qué hacemos con él, señor?

─Decidle que aguarde frente al fuego. Sin duda, ha de estar empapado y aterido, si acaba de llegar.

El guardia se retiró meneando la cabeza, aunque se libró mucho de hacer comentarios. Naadur miraba por la ventana, por donde ya sólo se veía oscuridad. La noche había caído, y con ella, la lluvia y el viento arreciaban.

Cuando entró en la sala, donde los criados ya habían encendido numerosos candeleros y avivado el fuego en la chimenea, se llevó una gran sorpresa. En medio de la estancia, un hombre que había estado mirando las llamas, se giró para mirarle. Naadur nunca le había visto antes. Pero inmediatamente supo quién era.

─Saludos príncipe Naadur. Soy Mores, sobrino de Dilmala y hermano de Derina, a las que tú conoces…

El rostro de Naadur se iluminó con una amplia sonrisa. Y sin ninguna ceremonia, se acercó al loggi, con la intención de abrazarle. Sin embargo, el absoluto desconcierto en la cara del otro hombre le hizo detenerse apenas a un paso de él. Mores era considerablemente más bajo que Naadur, y aunque el príncipe sabía que también era más joven, su aspecto no era desde luego el propio de su edad. Estaba terriblemente delgado. Su cara era poco más que piel sobre su calavera. Aun así, a Naadur no le costó ver el parecido con su hermana y su tía. Su cabello se veía prematuramente escaso y gris. Sus ropas no tenían mejor aspecto. Y se apoyaba pesadamente en una tosca muleta hecha con una rama. Naadur recordó que el joven era cojo, circunstancia que sin duda se veía empeorada por su lastimoso estado general. Sin embargo, Naadur no se atrevió ni por un momento a sentir lástima por él. Pues los oscuros ojos le taladraban. En ellos, vio el mismo fuego que en los de Dilmala.

─Sé quien eres. Yaluc me habló de ti. Créeme, me alegra mucho conocerte al fin, aunque veo que tus circunstancias no son las mejores.

Naadur cuidó sus palabras. Como príncipe y general victorioso, sabía reconocer y respetaba a un hombre orgulloso.

─No tengo tiempo de lamentarme por mis circunstancias. La gente en cuyo nombre vengo está incluso peor. Entre los rebeldes de Agón y los bárbaros han sembrado de muerte y destrucción muchas aldeas, campos y pueblos. La gente de mi aldea me eligió para hablar en su nombre, y a ellos se les han unido muchos otros, víctimas también.

─De modo, que se trata de una visita oficial.

─Así es. Mi intención era venir a hablar con el príncipe Yaluc. Pero de camino, supe que él también ha caído por culpa de Agón.

Mores bajó los ojos, y su determinación pareció flaquear por unos instantes. Naadur recordó lo unidos que él y Yaluc habían estado. El loggi se recobró enseguida, y volvió a mirarle con la misma intensidad.

─Me dijeron que estabas aquí. De modo, que te diré lo que tenía pensado decirle a él, aunque tu corazón no se incline como el suyo por mi gente.

─No creo haberte dado motivos para que me ofendas. Tú no conoces mi corazón. Habla.

Naadur dijo en tono severo.

En los ojos de Mores hubo un leve y fugaz destello. Quizá su fachada no era tan impenetrable después de todo.

─No pretendía ofenderte. Y te ruego me disculpes si lo he hecho. Pero es que no quiero que me interpretes mal. No pretendo conocerte, ni saber cómo piensas. Pero eres un príncipe valate, y no puedes dejar de serlo como yo no puedo dejar de ser quien soy.

Hizo una pausa para acomodar algo mejor su peso sobre la muleta. Naadur se sintió conmovido, pero nuevamente se abstuvo de ofrecerle sentarse.

─Sé muy bien que el principal culpable de todo lo que está pasando es mi tío Agón. Pero quiero que sepas que ni yo ni mi gente le apoyamos. Yo nunca lo hice, ni antes de que hiciera asesinar a mi familia, ni por supuesto ahora. No le temo, ya no me puede quitar nada más. Pero no te confundas, príncipe Naadur, aunque mi gente no está con Agón, tampoco pensamos permitir que las cosas sigan como hasta ahora. Tu padre, el rey, nos obligó a vivir en estas aldeas, separados de los valate. Pero aseguró que él era también nuestro rey, y velaría por nosotros.

─No voy a justificar las leyes de mi padre ante ti.

─No es eso lo que espero que hagas. He venido a informarte de que los loggi ya no permaneceremos pasivos aguardando ser sacrificados como los animales que ofrecéis a vuestros dioses. Tú sabes que no somos guerreros. Pero conocemos estas tierras y bosques mejor que nadie. Y en este momento, te doy mi palabra de que, si el rey de Kynán no nos proporciona un hogar seguro para vivir en paz, la paz se habrá terminado por nuestra parte. No es mi deseo, pero no me echaré atrás. Tú eres inteligente. Te ruego que medites sobre lo que he dicho, y que nos tomes en serio, pues así es como te he hablado.

─Soy un general victorioso porque nunca menosprecio las amenazas de ningún enemigo. Ni siquiera cuando no deseo que lo sea.

─Yo tampoco lo deseo.

Mores habló con total sinceridad.

Su mirada había perdido la mayor parte de su dureza al ver la actitud del príncipe. Naadur se relajó también y volvió a sonreír.

─Te doy mi palabra, si es que te sirve, de que procuraré arreglar esta situación.

Mores sonrió también, y su rostro rejuveneció considerablemente.

─Desde luego que me sirve. Yaluc siempre decía que eres noble y justo, y yo no lo pongo en duda.

─Bien. Pues ahora que ya somos amigos, me permitirás invitarte a compartir la cena. Y de paso, me gustaría que me pusieras al corriente de todo lo que ha estado sucediendo por aquí.

Aunque la cordialidad de Naadur era sincera, y la atmósfera entre los dos hombres había mejorado mucho, la cena no fue un acontecimiento agradable del todo.

Mores relató al príncipe todo lo sucedido desde que su tío había regresado en mala hora al frente de aquellas hordas de gentes que, según él, venían del otro lado de las Montañas Blancas. Al igual que le sucediera a su padre al enterarse, Naadur también se sorprendió, pues como el rey creía que no habitaban bárbaros tan al norte.

Sintió tristeza e indignación al conocer las fechorías que habían cometido, sobre todo, los crueles asesinatos de la compañera y el hijo de Mores. Éste le contó además que su madre, hermana y tía se encontraban también desaparecidas. Entonces Naadur le interrumpió.

─De modo que te encontraste con Dilmala.

─En realidad no, desde que ella viajó a Taros en busca de Yaluc. Sólo supe que había estado en La Aldea del Roble Partido, donde se refugiaba mi madre con algunos parientes. Pero las dos desaparecieron, y nadie sabe nada de ellas.

Estas noticias aumentaron mucho la angustia que Naadur sentía ya. Pues, a la desaparición de su hermano, se sumaba la de Dilmala, y ellos dos eran los únicos que conocían el escondite de su hijo ¿Qué pasaría si no volvía a encontrarlos? ¿Volvería a ver a su hijo y heredero? Ahora estaba más decidido que nunca a partir en busca de su hermano. Haría interrogar con toda la dureza que hiciese falta a cada tratante de esclavos, mercader o buhonero de Midum, Narvaly o Esterria,

Durante la cena, no le pasó desapercibido el mutuo interés que parecían mostrar Mores y Lahón. Sin duda, ambos eran bien conscientes de lo inusual de que un loggi se sentara a la mesa con un príncipe valate, y que otro loggi dirigiera a los criados que la servían. De modo, que decidió presentarlos. Al fin y al cabo, ambos tenían en común su amor por Yaluc.

Tal y como había decidido, al amanecer del día siguiente, se puso en marcha con un grupo de sus mejores hombres. Había obtenido de los traidores una fiel descripción del camino que Yaluc recorrió hasta instalar su campamento. Éste se encontraba a cinco jornadas hacia el este.

Después de comprobar que, en efecto, allí no quedaba nada que le sirviera de orientación, comprobó desolado que la dirección que los soldados dijeron ver que los secuestradores tomaban, era un camino directo hacia las Montañas Blancas, que desde allí se apreciaban apenas, envueltas en la niebla.

Sin embargo, aún no se rindió. Tomaron aquel camino, y lo siguieron durante un día entero. Naadur tenía la esperanza de que aquella gente simplemente hubiera buscado un lugar apartado para acampar, y esconderse de los que fueran en busca del príncipe. Para partir después hacia alguno de los ricos reinos donde los tratantes hacían sus negocios. En su fuero más íntimo, Naadur sabía que esta esperanza era demasiado débil ¿Qué necio se atrevería a comprar a Yaluc como esclavo? Todo el mundo a lo largo y ancho de los reinos sabía quien era, incluso sin haberle visto nunca.

Tras largas horas de marcha por caminos cada vez más abruptos bajo la lluvia, sus esperanzas murieron y estuvo seguro de que aquel mercader quienquiera que fuese, se había llevado a Yaluc al otro lado de las montañas. Entonces, le invadió la más absoluta desolación. No estaba preparado para hacer una incursión en aquellas tierras desconocidas. Desde luego, no con un puñado de hombres, sin mapas ni guías, y con el más absoluto desconocimiento de lo que se podría encontrar al otro lado de aquellas cimas.

Detuvo la marcha para pasar la noche en un lugar algo más resguardado. Y al alba, ordenó el regreso al castillo de las Torres Blancas.

El grupo de hombres que acompañaban al príncipe heredero parecía más un cortejo fúnebre a su llegada al castillo. Y aún no habían terminado los contratiempos para Naadur. A su llegada fue informado de que le esperaba un enviado de su padre el rey. Al verle, se sintió desconcertado por un momento, pues el hombre llevaba las vestiduras típicas de un narvaliense, y en ellas estaban bordados los emblemas de la reina Zodrim.

─¿Mi padre me envía a un narvaliense?

─Es la reina Zodrim quien me envía mi señor. Pero ella te creía en Taros tras tu salida de Shimma. Por eso, me envió allí a buscarte. Tu padre me dirigió hacia este castillo.

─Por los dioses. Cuando me fui, dejé a Damosén al cargo de la ciudad, y una guarnición bien armada para que se enfrentaran a Menetir, si volvía a atacar. Sus ejércitos habían quedado bastante debilitados durante su lucha contra los de su hermano.

─Desconozco el daño que Enekhal hizo a Menetir. Cierto que no volvió a atacar Shimma, y que tus hombres le persiguieron. Pero en vez de regresar a Agazu para recomponerse, él aniquiló al ejército de su hermano, y le hizo prisionero. Quizá a estas horas ya le haya hecho matar. Él persiguió al ejército derrotado de Enekhal, y entró en Esterria. Allí ha contado con la ayuda de algunas facciones contrarias al rey Tesimandro. La regente huyó con el rey niño para evitar que Menetir lo apresara. Pero su ejército los ha alcanzado en una fortaleza cerca de la frontera de Narvaly, donde se refugiaron, y los tiene sitiados. La regente consiguió enviar un mensaje a mi señora la reina Zodrim, y ella te envía esta carta.

Naadur leyó la breve misiva de la reina de Narvaly. Como ya suponía por lo que el enviado le había contado, en ella le exigía que hiciera honor al tratado que habían firmado junto con Enekhal cuando se unieron para ayudarle contra Menetir. Ahora era Marusene quien necesitaba su ayuda, y Zodrim añadía que, si Menetir eliminaba al rey de Esterria, a continuación, iría a por ella.

Era hora de que Naadur devolviera a Enekhal el favor que este le hizo parando a su hermano.